Escribí una columna el 21 de enero de 2019, mucho antes de la euforia que despertó ChatGPT, que se titulaba “Los Robots no tienen a Dios en el corazón”, al igual que el libro de Arturo Aldunate Philips (1964).
El hombre tiene una dimensión espiritual que no es predecible, que no se puede poner en un algoritmo de inteligencia artificial. Y tiene un corazón que, como dice el dicho “conoce lo que el corazón quiere”, a veces al margen de toda racionalidad. Esa espiritualidad y ese corazón son inherentes a la especie humana. Y no caben en un algoritmo- salvo en los libros y películas de ciencia ficción.
Un año después de que se lanzara ChatGPT, el Papa Francisco sacó una Encíclica, Dilexit Nos, donde afirma:
“En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta. Pienso en el uso del tenedor para sellar los bordes de esas empanadillas caseras que hacemos con nuestras madres o abuelas. Es ese momento de aprendiz de cocinero, a medio camino entre el juego y la adultez, donde se asume la responsabilidad del trabajo para ayudar al otro. Al igual que el tenedor podría nombrar miles de pequeños detalles que sustentan las biografías de todos: hacer brotar sonrisas con una broma, calcar un dibujo al contraluz de una ventana, jugar el primer partido de fútbol con una pelota de trapo, cuidar gusanillos en una caja de zapatos, secar una flor entre las páginas de un libro, cuidar un pajarillo que se ha caído del nido, pedir un deseo al deshojar una margarita. Todos esos pequeños detalles, lo ordinario-extraordinario, nunca podrán estar entre los algoritmos. Porque el tenedor, las bromas, la ventana, la pelota, la caja de zapatos, el libro, el pajarillo, la flor... se sustentan en la ternura que se guarda en los recuerdos del corazón.” (Dilexit Nos, 20)
La Inteligencia Artificial no solo no reemplazará al hombre, sino que le permitirá realizar más plenamente su razón de ser, que es ayudar al prójimo. Delegando las tareas “administrativas” a la IA, se podrá centrar en las tareas “de gestión”, donde entra a operar el corazón y el espíritu .
Llegará - espero - un momento en que la humanidad se dará cuenta algo que para mí es obvio: que trabajando y viviendo para los demás mejora mis condiciones de vida y es mucho más satisfactorio que trabajando y viviendo para mí. Para quienes somos creyentes esto está íntimamente ligado al mandato de terminar la Creación y al mandato simultáneo del Amor.
La IA, en definitiva, nos hará más humanos, y no nos reemplazará. En el camino nos forzará a sacar lo mejor de nosotros mismos, paliando los efectos que siempre tienen en el corto plazo estas disrupciones tecnológicas
Alfredo Barriga
Profesor UDP