Alfredo Barriga



Alfredo Barriga

La identidad humana, lejos de ser un constructo técnico o una suma de datos biométricos, reclama una lectura más profunda. No responde a un algoritmo ni a un estándar universal: se dibuja en los gestos, en las decisiones, en los vínculos que elegimos sostener.

Hoy existen sistemas que pueden ajustar el ritmo de enseñanza según el estilo cognitivo del estudiante. Plataformas que detectan distracción, fatiga, desinterés.

Lo escribí tiempo récord, gracias al apoyo de una inteligencia artificial (Copilot). En él, he descrito la sociedad que se está fraguando alrededor de esta tecnología. Lo que más me impacta – por lejos – es que solo han pasado casi tres años desde que se lanzara ChatGPT y se escribiera este libro.

Incluso si una IA pudiera simular emociones, o inducir respuestas afectivas en quienes la escuchan, ¿es eso equivalente a tener experiencia? ¿Y si la creación artística necesita, como propusiera Schiller, una ética del sentimiento, una “alegría” encarnada?

En un reciente artículo de The Economist se describe un fenómeno curioso que está sucediendo en la industria de la Inteligencia Artificial. Dice que es normal que las nuevas tecnologías siembren un pánico moral entre el público. Lo que no se había visto hasta ahora es que los mismos desarrolladores de las nuevas tecnologías fuesen quienes entraran en dicho pánico moral.

El increíble crecimiento económico propiciado por la revolución industrial (350% por siglo vs 8% antes de 1700) fue gracias a la existencia de una población cada vez más letrada y de genios que nos trajeron la máquina a vapor, la electricidad, el motor de combustión interna, los computadores, los aviones, los viajes a la luna.

Durante siglos, descubrir fue un acto de inmersión: leer, buscar, dudar, equivocarse, volver a intentar. Era un recorrido lento, físico, y muchas veces frustrante. Significaba acceder a libros, caminar bibliotecas, esperar respuestas, hilar ideas. Descubrir implicaba reconocer que no sabíamos, y con esa humildad, iniciar una ruta hacia lo nuevo.

“Cuando las decisiones políticas se adelantan a la voluntad popular… porque los datos ya saben lo que vas a querer.”

El futuro del trabajo - a muy corto plazo - es "agencial" ("agentic" en inglés). La IA agencial marca una transición de la IA reactiva (como los modelos generativos tradicionales, que reaccionan a las instrucciones que les damos) a sistemas proactivos de toma de decisiones. Estos agentes de IA perciben, analizan, deciden y actúan, a menudo de forma autónoma. Con el tiempo, los agentes aprenden de los resultados y perfeccionan su comportamiento. Se piensa que al lado de cada trabajador podrá existir un agente de IA que hará todo el trabajo de recogida de información, análisis, conclusiones y decisiones. ¿Qué queda para el trabajador? Ejecutar la decisión con criterio.

Aunque la inteligencia artificial (IA) ha avanzado de forma impresionante—desde redactar informes detallados hasta crear videos bajo demanda—las temidas pérdidas masivas de empleo aún no se han materializado. A pesar del aumento global en las búsquedas de “desempleo por IA” y predicciones sombrías, los datos reales no reflejan tal crisis.