“Cuando las decisiones políticas se adelantan a la voluntad popular… porque los datos ya saben lo que vas a querer.”
La inteligencia artificial no solo nos sugiere canciones o redacta correos. También opera, cada vez más, en el corazón de nuestras instituciones democráticas: anticipa preferencias, segmenta votantes, optimiza campañas, ajusta políticas públicas. Es un nuevo tipo de poder: no se presenta a elecciones, pero influye en lo que elegimos.
Las democracias del siglo XXI enfrentan un nuevo dilema: la presión predictiva. Un sistema que, sin necesidad de represión ni censura, modela la voluntad antes de que esta se exprese. Porque si la IA puede anticipar tu voto, tus emociones, tus consumos y tus miedos… ¿hasta qué punto sigues decidiendo tú?
¿Qué significa “presión predictiva”?
No es una teoría conspirativa. Es una transformación cultural silenciosa. Las plataformas digitales aprenden de nuestros hábitos, miedos y sesgos. Y nos devuelven el mundo empaquetado según nuestros datos. Las campañas políticas se vuelven micro-dirigidas, hiperespecializadas, adaptadas a cada burbuja emocional. Ya no hace falta manipular. Basta con personalizar. La democracia se diluye no por un golpe, sino por una estadística.
Los algoritmos no buscan verdad ni consenso. Buscan atención. Y la atención crece con la emoción, no con la moderación. Las redes que prometían conectar al mundo nos encierran en cámaras de eco. La polarización no es un fallo técnico: es un modelo de negocio rentable. Los discursos extremos se amplifican. Lo matizado desaparece del feed. En este entorno, el espacio público pierde espesor y la ciudadanía pierde agencia. Se nos habla… pero ya no deliberamos.
Los sistemas de IA se diseñaron para eficiencia, no para legitimidad. Pero cuando gestionan bienes públicos o impactan derechos, necesitamos nuevas reglas:
La democracia no puede tercerizar su complejidad a un sistema que solo busca correlaciones.
La solución no es volver atrás. Es usar la IA para potenciar, no suplantar.
Y sobre todo: la educación cívica del siglo XXI debe incluir alfabetización algorítmica. Entender cómo nos muestran el mundo es parte de participar en él.
La política no es una función matemática. Es el arte de imaginar lo que aún no existe.
De cambiar de opinión. De sorprendernos. Si dejamos que la IA nos encierre en lo probable, perderemos la posibilidad misma de lo posible. Y sin posibilidad, no hay política. Solo gestión.
Alfredo Barriga
Profesor UDP