La realidad de lo cotidiano y la rapidez con que se suceden los eventos en nuestro entorno van moldeando una sensación de inmediatez que nos lleva a que el enfoque de nuestras preocupaciones y foco cotidiano transite constantemente entre diversas situaciones, las que, dependiendo de su impacto o percepción de sus efectos, logran captar, en mayor o menor medida, nuestra atención. Es así como, ya transcurridos más de dos años de la invasión de Rusia a Ucrania, desatando una guerra de dimensiones y acciones que pensábamos se encontraban en el baúl de los recuerdos o archivadas en los registros de la historia, se convirtieron en una cruda realidad.
La brutalidad de la realidad hizo despertar, abruptamente, de un sueño de estabilidad y de la posibilidad de la inexistencia o un control sobre conflictos a gran escala, a todo mundo, y con particular intensidad, a Europa, que después de la caída del muro de Berlín y término de la Guerra Fría, inició un periodo de relativización de la importancia del instrumento militar, como componente del Poder Nacional, y su aporte a los otros instrumentos, en particular el diplomático y el económico.
Conscripción, gasto militar, utilidad y empleo de capacidades militares entre otras, estuvieron bajo permanente escrutinio y con una mirada de mayor distancia ante la “imposibilidad” de retroceder en el nuevo orden mundial post Guerra Fría, llevando, como consecuencia, a una cada vez menor asignación de recursos para la Defensa que, a contar de febrero de 2022, trajo a todos una la realidad que continua hasta el día de hoy.
Es así como, en la actualidad, Europa en particular, ha debido reapreciar, aceleradamente, las medidas que imperaban en algunos de los ámbitos mencionados, teniendo que modificar las normas relativas a la generación de competencias militares a través del servicio militar, el cual, en algunos casos, está volviendo a ser obligatorio, de tal manera de asegurar, a los países que lo están haciendo, una capacidad de fuerza militar capaz de hacer frente a las demandas en caso de ser necesario.
De igual forma, el gasto militar, que en la mayoría de los países se había alejado del 2% de PIB acordado para las naciones integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, tuviesen que recuperar los programas y proyectos en defensa, que habían sido postergados o desechados, para incrementar las capacidades necesarias, como también, la industria asociada al desarrollo de éstas.
Y en la medida que Europa y el mundo tratan de sacar lecciones de los errores u omisiones cometidas, el conflicto continúa, incrementando la necesidad de recursos por parte de ambos bandos, además de incorporar desarrollos tecnológicos al campo de batalla, en todas sus dimensiones, a saber, terrestre, aérea y naval, con la masiva incorporación de vehículos no tripulados, sistemas de guerra electrónica, empleo de operaciones de ciberguerra, etc., que plantean desafíos no sólo en el campo táctico, sino que también en la forma de gestionar el conflicto, exigiendo adaptabilidad y rapidez en este aprendizaje a los actores en todos los campos de acción de ambos beligerantes.
La potencial amenaza sobre la producción de granos en Ucrania continua, conociéndose el impacto que tiene, en caso de bloquearse o disminuir, para la economía mundial y el sustento en muchas naciones que dependen de este vital suministro.
En definitiva, un conflicto que prosigue, ya casi imperceptible para nuestra mirada cotidiana, pero cuyas amenazas a la estabilidad mundial siguen constituyendo un peligro de proporciones difíciles de imaginar y no deseables de calcular.
Leonardo Quijarro
Profesor Residente Academia de Guerra Naval
Docente Investigador del Centro de Estudios Navales y Marítimos (CENAM)