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Leonardo Quijarro Santibáñez |
La decisión anunciada por Colombia, hace un par de días, de seleccionar el caza sueco SAAB Gripen E/F sobre las alternativas tradicionales de Estados Unidos (F-16) y Francia (Rafale), aparece como un ejercicio de autonomía estratégica, la que adquiere una dimensión geopolítica aún más profunda al incorporar el papel de Brasil.
La reciente ratificación del acuerdo intergubernamental de cooperación militar entre Rusia y Cuba por el presidente Vladimir Putin, el 15 de octubre de 2025, tras la aprobación de la Duma Estatal o Cámara Baja del Parlamento Ruso (Asamblea Federal), trasciende el mero acto diplomático para convertirse en un claro desafío geopolítico con repercusiones potenciales para la economía de Estados Unidos y, como consecuencia, para el mundo.
Ayer, la firma en Egipto de la "primera fase" del plan de paz de 20 puntos, propuesto por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, marcó un hito ineludible en la crónica del conflicto en Oriente Medio.
En estos dos años ha habido reiterados intentos de avanzar y alcanzar algún acuerdo de paz; sin embargo, ninguna iniciativa ha prosperado dado lo extremo de las posiciones y exigencias de las partes.
El día de hoy, dos cazas rusos irrumpieron el espacio aéreo de Estonia durante 10 minutos, obligando a activar las alarmas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que desplegó dos aeronaves interceptoras italianas para escoltarlas dado que no respondieron a los llamados a volver a espacio aéreo internacional.
La noche del 6 de septiembre, en la remota localidad de Dar El Jamah, en Nigeria, la violencia que asola ese país, materializó una nueva matanza de difícil comprensión. Una comunidad de desplazados cristianos, la que ya huía del terror, en su mayoría mujeres y niños, fueron brutalmente asesinados.
Para entender lo que la OCS representa, es crucial examinar sus similitudes y diferencias con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Sería simple pensar en semejanzas al enfrentamiento ocurrido durante la Guerra Fría entre Occidente y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética y sus aliados.
Es paradójico que, en un mundo rebosante de avances tecnológicos, capaces de conectar continentes y de producir alimentos a una escala sin precedentes, la idea de que la humanidad aún enfrenta crisis alimentaria parece una cruel paradoja. Sin embargo, esta es la dura realidad que nos confronta.
El día sábado recién pasado se reunieron en Alaska, en la Base Conjunta “Elmendorf-Richardson” de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos (EE.UU.), los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y el de los EE.UU., Donald Trump, bajo el título de “Alaska 2025 Persiguiendo la Paz”, con el propósito de poner fin una guerra que ya completa más de tres años entre Rusia y Ucrania.
El día miércoles 15 de julio, Israel efectuó ataques sobre la capital de Siria, Damasco, bombardeando específicamente, el Ministerio de Defensa de ese país, generando expectación y llevando a preguntarse si, en el ya conflictivo Oriente Medio, se ha abierto una nueva guerra. Las reacciones en las horas posteriores, declaraciones de las diversas autoridades y el flujo de información aparecida en diferentes medios parecieran indicar que no es el caso. Vale la pena preguntarse entonces, ¿por qué estas acciones no tuvieron los mismos efectos que aquellos realizados sobre Irán?