La protesta continúa esgrimiéndose como la amenaza potencial mayor contra el nuevo gobierno, así como lo fue para el gobierno saliente. Protesta que acude a la calle casi como un rito simbólico de disconformidad pacífica con lo que acontece. Pero, junto con ello, existe también una arremetida de “revuelta” y de violencia que no se conjuga con la idea del disenso, sino más bien con el ataque frontal contra un enemigo que solamente la ideología concibe. El llamado que se ha hecho por parte de las autoridades entrantes, en orden a no ejercer tal tipo de protesta contra este gobierno, deja efectivamente de lado una cierta “solidaridad de clase”, que existía en los viejos manuales marxistas pero que hoy día se contradice con la transversalidad de los problemas y la poca identificación de los ciudadanos con ese concepto tradicional de clases, explotados y explotadores. La cuestión de fondo es que tales protestas van a continuar, quizás con algún distinto grado de intensidad y extensión, y será necesario implementar medidas de control del orden público que las nuevas autoridades hasta ahora parecen no considerar. No hay que olvidar que las protestas han seguido teniendo lugar en las inmediaciones de la casa que la Universidad de Chile le cedió al nuevo gobierno en forma transitoria, y constituyéndose así en un presagio de lo que vendrá.
Pero el problema más serio no es la manifestación urbana, aunque ésta esté dominada por una inexplicable violencia. La cuestión radica en lo que los medios denominan “violencia rural”, y que ha significado, hasta ahora, una larga lista de asesinatos, incendios provocados, destrucción de maquinaria y medios de transporte. Chile es un país que gusta de los eufemismos, y tal violencia no cabe sino encasillarla en la categoría de terrorismo, concepto cuyo uso despierta aprensiones en la mirada ideológica de la izquierda. El problema es que estas acciones terroristas se vinculan también a otras actividades ilegales de seria connotación como es el narcotráfico. La ciudadanía chilena no ha tenido una explicación sobre este tejido de acciones que se han puesto bajo el concepto común de reivindicaciones territoriales, pero que aparentemente envuelven mucho más que eso. En realidad no se trata del enfrentamiento entre dos naciones, como una autoridad entrante ha mencionado, sino de una declaración de guerra unilateral por parte de grupos que no está claro qué es lo que efectivamente reivindican. La opción de “diálogo” que se ha sostenido con convicción ideológica, no está claro cómo se hace operativa y en qué medida puede proveer protección a una población que vive bajo permanente amenaza. No se ve un diseño estratégico para el indispensable proceso de asosegar la cruda violencia terrorista en la Araucanía.
Pero aún más allá, los retos que enfrenta el nuevo gobierno se vinculan también con la delincuencia común y el narcotráfico. Las ciudades están siendo el objeto de una cruda delincuencia, marcada por algo que Chile nunca había visto: enfrentamientos armados entre civiles, ajusticiamientos y desarrollo de un abierto narcotráfico. Esto sumado a una delincuencia que ya no tiene límites en cuanto a su ámbito de acción, grado de violencia y crueldad sin límite. O sea, el problema que enfrenta el país es realmente muy serio, como a diario ponen de manifiesto las noticias. Y el nuevo gobierno necesitará emplear una estrategia para enfrentar esta situación y proveer a la ciudadanía con adecuada protección, quizás como una mínima retribución al pago de impuestos al que se somete a la población. La inseguridad es el peor flagelo que estamos viviendo, y ciertamente ella no se reducirá, ni los delincuentes dejarán de hacer lo suyo, si la estrategia consiste en desarmar a la población inocente. Se necesita, junto con esto eventualmente, un plan de acción decidido y consistente a lo largo de todo Chile.
Violencia injustificada en las protestas, terrorismo y delincuencia común que excede los límites tolerables, son los problemas fundamentales que debe enfrentar la nueva autoridad. Por cierto, las declaraciones sobre diálogo y búsqueda de acuerdos parecen ser fórmulas bastante poco efectivas en algo que se viene desarrollando hace ya tiempo. No hay pisos ideológicos que puedan soportar el continuo de atropellos, pérdida de vidas humanas y destrucción de propiedad que se ven irremediablemente asociados a estos funestos desarrollos.
Prof. Luis A. Riveros