Estamos absorbiendo cientos, si no miles, de malas noticias. Es verdaderamente deprimente ver los actos de vandalismo y escuchar del daño causado a empresarios y sus trabajadores, sin hablar de las odiosidades vociferadas en los medios sociales. Estamos leyendo un sinnúmero de diagnósticos, aunque menos propuestas (si excluimos las utopías y los aprovechamientos políticos).
Admitamos, no sabemos a dónde nos llevará el futuro, y que tenemos aún menos poder de lo habitual para predecir e influirlo.
Lo que sí sabemos es que a nuestras empresas les espera un camino rocoso, para decir lo menos. Las ventas han bajado en prácticamente todas. Muchas han perdido su stock, y demasiadas, hasta sus instalaciones.
Existe el peligro que se tengan graves crisis de liquidez, y nos enfoquemos naturalmente en sobre-vivir, en lugar de expandir y mejorar nuestra gestión. En otras palabras, este “debate” violento, donde se juega el futuro de largo plazo del país, nos obliga a ser cortoplacistas. En las columnas pasadas se ha postulado múltiples veces que la bondad de un buen gobierno corporativo es asegurar la sustentabilidad de la empresa a largo plazo. ¿Hoy, quien en el ámbito empresarial quiere, o puede, prestar atención al largo plazo?
A nivel país, estamos en las manos de las autoridades. Ahora bien, ¿qué hacemos mientras tanto? Es probable que pocos se quieren embarcar en proyectos complejos, mientras se lucha para llegar al final del mes. Pensemos en medidas que nos permitan avanzar, sin comprometer recursos monetarios y que aumenten la cohesión organizacional.
Una primera idea, totalmente gratuita, es mejorar el trato a los empleados. Para empezar, eliminar las diferencias como “nos llamamos” entre los distintos estratos de la compañía. No hay lógica que nos digan “Don José” y “Usted” y nosotros les digamos a nuestros colaboradores “tu” y “Juanito”. Es un remanente del feudalismo, y expresa un feo clasismo. Y el clasismo está por debajo del descontento callejero. Quizás no sea la única causa pero seguro que potencia por mil todos los reclamos. Una persona puede aceptar que tiene y gana menos (dentro de un rango) pero jamás aceptará que sea un ente inferior. Hiere al corazón y alma del ser humano, su dignidad. Dejemos de hablar de gente “humilde” o “de esfuerzo”, se interpreta como un insulto. Es gente, punto.
El lenguaje crea una realidad percibida. Si en su entorno todavía persiste esta forma añeja de comunicarse, atrévase a cambiarla. Se sorprenderá. Los integrantes de su equipo empezarán a dar sus opiniones honestas. Al principio se puede sentir incómodo. Sin embargo, los juicios y críticas han existido siempre, es preferible saberlos en lugar de mantenerlos “enterrados”, por miedo al gran jefe. Con un poco de creatividad, muchas propuestas se pueden convertir en ideas “win-win”.
En la misma línea, hagámonos preguntas. ¿Cómo están los baños para su personal? ¿La flexibilidad horaria? ¿La seguridad laboral? ¿Reconocemos el trabajo bien hecho y damos las gracias? ¿Los mandos medios confunden liderazgo con “ninguneo”? ¿Estamos conscientes y apoyamos el aspirado desarrollo profesional, o solo hablamos de lealtad? ¿Escuchamos las frustraciones y sentimientos de impotencia para resolver problemas, una queja muy común en las áreas de servicios? Con empatía descubrirá sus propias alternativas, de bajo costo y alto impacto”, ad hoc al contexto especifico de su compañía.
Deseo a todos los empresarios la fuerza para navegar estos mares tormentosos y recordar que un barco necesita a todos, al capitán valiente y a los marineros comprometidos.
Harald Ruckle,
Chartered Director del Institute of Directors UK