​Unión Europea: un incierto nuevo ciclo político para desafíos estratégicos y existenciales

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Hector Casanueva

La Unión Europea, de 450 millones de habitantes, acaba de celebrar unas cruciales elecciones en los 27 países miembros, probablemente las más decisivas de toda su historia. Claramente, Europa vive un momento de inflexión estratégica, de esperanza e incertidumbre. Tiene muchos frentes abiertos interna y externamente. Las instituciones comunitarias que surjan de estas elecciones (Parlamento, Comisión y el Consejo, órgano político colegislador) y también las instituciones nacionales- deberán dar respuesta a los temas de crecimiento y empleo, transición ecológica y digital, autonomía energética, seguridad y defensa, demografía y migraciones, y globalmente a la crisis climática, la confrontación tecnológica y comercial entre China y Estados Unidos, competitividad global en el nuevo entorno digital, la amenaza latente que significa la guerra de Rusia, la desestabilización provocada por la guerra de Gaza y sus consecuencias humanitarias y muchas otras crisis cercanas a sus fronteras. Todo lo que ocurra en este nuevo ciclo político tendrá consecuencias geopolíticas y en las relaciones con terceros países, de manera que no es irrelevante para América Latina y en particular para Chile.


Dadas las diferencias de tamaño de los países, los eurodiputados se eligen bajo el principio de «proporcionalidad decreciente», que significa que un eurodiputado de un país grande representa a más habitantes que un eurodiputado de un país pequeño, de manera que ninguno puede tener menos de seis ni más de noventa y seis. Alemania es el que tiene más representantes (96) y Malta el que menos (6). Como es un espacio integrado, con una institucionalidad común, los diputados se reúnen en grupos políticos europeos, no por nacionalidades, sino en función de su afiliación política.


La participación apenas superó el 51% para elegir a los 720 eurodiputados para representar a sus 450 millones de habitantes, porque muchos ciudadanos todavía ignoran que el PE tiene importantes competencias legislativas, de control democrático y presupuestarias que afectan directamente a la vida de las personas y a la seguridad del continente. Una de las funciones claves del PE, es la de elegir la presidencia de la Comisión Europea (CE), que es el órgano ejecutivo, es decir, el gobierno de la Unión, y examinar y aprobar el nombramiento de los comisarios (equivalentes a ministros) a cargo de las diferentes áreas en que se distribuye el trabajo ejecutivo de la Comisión. Asimismo, debe aprobar el presupuesto y ejerce tareas de control democrático ciudadano. Por ejemplo, prácticamente el 50% de la normativa española en todos los campos, deriva de normativa europea generada en las instituciones comunitarias como el PE y la Comisión. Cuando el Reino Unido decidió salir de la UE, tenía 11.000 leyes y reglamentos derivados de la normativa comunitaria que debía ajustar. Y cuestiones básicas de protección de los derechos del consumidor, normas técnicas sobre teléfonos móviles o llamadas internacionales, protección de datos personales, Inteligencia Artificial, transporte, movilidad académica Erasmus, que desarrollan derechos ciudadanos, son de origen comunitario. El manejo de la crisis del COVID 19, tanto en cuanto a las vacunas como en el apoyo ante la pérdida de empleos, que permitió paliar en gran parte sus efectos, fue de decisión comunitaria incluyendo el financiamiento para todos los países.


Pero muchos han votado en clave nacional, hay bastante voto de castigo a los gobiernos, los casos más claros son los de Francia y Alemania, y también muchos votos han ido a fortalecer a los partidos de ultraderecha y euroescépticos que culpan a la UE de los problemas de sus países, sobre todo por las migraciones, empleo y funcionamiento de los servicios, y suelen ser contrarios a la apertura comercial y los TLC, en especial con el Mercosur. Hay algunos que simpatizan con Putin, como en Hungría, y otros contrarios a la OTAN y su apoyo a Ucrania. También hay grupos minoritarios disruptivos y antisistema, como una nueva fuerza que emergió en España, llamada “Se acabó la fiesta”, que obtuvo tres eurodiputados -tantos como Podemos y Sumar- liderada por un personaje estilo Milei. No obstante, la continuidad del proyecto europeo no está en peligro, ya que los dos bloques mayoritarios junto con los europeístas seguirán controlando el PE y la Comisión ejecutiva. El Partido Popular Europeo (la centro derecha democratacristiana) ha ganado las elecciones con 186 eurodiputados y la Alianza Socialista y Demócratas, es segunda fuerza, con 134. Sumados a los liberales, con 79, y probablemente los verdes que tienen 53, van a mantener vigente el proyecto, con el 63% del Parlamento, si bien bastante condicionados por la ultraderecha y contrarios a la UE, que sumarán más o menos 150 escaños, un 18%, que se podría aliar a otros grupos minoritarios para ejercer un bloqueo a ciertas decisiones.


Esta elección inicia un ciclo político de cinco años, marcado como nunca por nuevos desafíos institucionales, estratégicos y existenciales que definirán su futuro, e influirán también de manera decisiva en el mundo del siglo XXI, porque la UE con sus 27 miembros, es la primera potencia comercial del mundo, la primera fuente global de Ayuda Oficial al Desarrollo (más del 50%), el primer importador mundial de alimentos, una potencia nuclear y un socio fundamental en la Alianza Atlántica, especialmente en estos momentos de incertidumbre debido a la amenaza rusa y a la posible elección de Trump.


“Soberanía estratégica”, “autonomía estratégica”, “brújula estratégica”, son conceptos geopolíticos presentes, en los estudios prospectivos de los centros de análisis y en los mensajes de los líderes principales, pero ausentes o no profundizados en los debates y programas de los partidos, que han optado por los temas locales. Sin embargo, una geopolítica más consciente da cuenta justamente de que la UE para profundizar su proceso de integración y asegurar su desarrollo, se enfrenta, como ha dicho el Consejo, al comienzo de una nueva era, con desafíos y oportunidades, “que pueden exigir una profunda reevaluación del modelo europeo”, y que las relaciones internacionales son claves para asegurar su futuro. "La época en que Europa compraba su energía y sus fertilizantes a Rusia, tenía su producción en China y delegaba su seguridad en Estados Unidos ha terminado”, dijo Macron hace unas semanas, pero acaba de sufrir una derrota en estas elecciones a manos de la ultraderecha de Marie Le Pen, lo que le ha obligado a disolver la Asamblea y llamar a elecciones nacionales para fin de mes. Las relaciones internacionales de la UE van a estar en el centro de las decisiones, debido a la constatación, hace ya tiempo, de que su autonomía y soberanía estratégica no dependen enteramente de sí misma. Lo mismo, en todo caso, vale para las demás regiones y grandes actores globales. Los desafíos a los que se enfrenta Europa tienen un carácter sistémico. En este sentido, la necesidad de preservar la influencia internacional de la UE es un componente esencial. El éxito o fracaso del proyecto europeo afectará a las demás regiones del mundo, y tendrá enorme repercusión geopolítica. Desde luego para América Latina y el Caribe, tal vez la región más expuesta y a la vez más compatible con la UE. Podemos ser socios de su éxito aportando todas nuestras potencialidades en transición verde, energética, académica y científica, y en la preservación de los valores humanistas y la democracia, la paz y la seguridad, o situarnos al margen eligiendo mal nuestras alianzas. Chile hace tiempo eligió bien y tiene una relación fructífera con la UE, que se ha actualizado a los tiempos actuales. No ocurre igual con el Mercosur, que lleva 23 años de negociaciones y altibajos, y no logra concretar una asociación con la UE, o con México que durante la administración de AMLO prácticamente ha ignorado a Europa. Es lamentable que los líderes latinoamericanos no estén a la altura para presentar una concertación política que haga renacer la asociación estratégica eurolatinoamericana acordada en la Cumbre de Río hace 25 años, tan olvidada en la última cumbre CELAC-UE de julio pasado. Ganaríamos todos, a ambos lados del Atlántico. Porque el momento de inflexión estratégica de la UE es, mutatis mutandis, también latinoamericano.


Héctor Casanueva

Académico de Relaciones Internacionales y Prospectiva

Estratégica. Ex embajador

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