Niñez y abandono: un espejo de nuestras fracturas sociales

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Osvaldo Artaza 10

Chile vive una paradoja dolorosa. Mientras las tasas de natalidad descienden a niveles históricamente bajos -con menos niñas y niños naciendo cada año-, aumenta el número de quienes requieren ser protegidos por el Estado porque sus familias no pueden hacerlo. En un país que envejece aceleradamente, la infancia vulnerable crece.


Contamos con leyes, instituciones y un sistema de protección a la niñez, pero la realidad supera con creces las buenas intenciones. Miles de niñas, niños y adolescentes, incluso más de los que nacen cada año, presionan el cuidado del Estado, no porque sean “huérfanos” en el sentido clásico, sino porque han sido expuestos a entornos que los privan del afecto, la seguridad y las oportunidades que todo ser humano merece.


Las causas de esta falta de protección son complejas, pero tienen raíces sociales reconocibles. La pobreza sigue siendo un factor determinante, con hogares sin ingresos estables, hacinados o con trabajos precarios; el peso devastador del narcotráfico y la delincuencia en los barrios más vulnerables, donde la niñez se vuelve rehén de un entorno de miedo y carencias; también influye la exclusión de familias migrantes o pertenecientes a pueblos originarios, que enfrentan discriminación y falta de redes de apoyo.


A esta realidad se suma otra contradicción: los grupos que promueven la natalidad, pero que rara vez reconocen con la misma fuerza la urgencia de fortalecer al Estado para que proteja efectivamente a la infancia que hoy sufre abandono o vulneración. Defender la vida debiera implicar también garantizar las condiciones dignas para vivirla.


Cuando el Estado debe reemplazar el cuidado familiar, llega tarde y con recursos insuficientes. Las residencias están sobrecargadas, el acompañamiento psicosocial es escaso y la restitución del derecho a vivir en familia se vuelve un ideal inalcanzable. No basta con leyes que declaren el interés superior del niño, se necesita una política pública integral que prevenga el abandono antes de que ocurra, fortaleciendo a las familias y sus comunidades.


La protección de la infancia no puede seguir siendo una tarea burocrática ni un tema que solo conmueva en los casos más mediáticos. Es, en el fondo, una prueba ética de nuestra sociedad. Porque el modo en que cuidamos a quienes más nos necesitan revela no solo el tipo de Estado que tenemos, sino el tipo de país que queremos ser.


Osvaldo Artaza 

Decano Facultad de Salud y Ciencias Sociales 

Universidad de Las Américas

europapress