Moderar expectativas

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Luis Riveros

Existe una notoria separación entre las promesas que se sostienen a nivel de la discusión política, y la factibilidad real de las mismas en materia de su financiamiento. En efecto, esto crea expectativas muy difíciles de desalentar posteriormente, y un liderazgo firme y claro debe anteponerse a los malos resultados de seguir sosteniéndolas. Claramente, los recursos que se obtendrían de reformas que se han anunciado en materia tributaria, dependen tanto de los proyectos específicos que se elaboren y de la aprobación que los mismos tengan en el Parlamento. Como sabemos, la concepción de tales proyectos está rodeada de múltiples aspectos técnicos que ameritan seria consideración para ser debidamente incorporados en iniciativas concretas. La discusión de ello puede tomar tiempo significativo en el Parlamento, retrasando la disponibilidad de fondos que, contradictoriamente, se ve, por muchos, como algo casi instantáneo en el minuto en que se aseveran las medidas a financiar. Se requerirá mucho talento técnico y político para que las eventuales reformas tengan lugar en los tiempos necesarios y poder así disponer efectivamente de recursos. Otra cosa es si acaso las estimaciones sobre lo que rendirán las reformas en vistas, serán la fuente de suficientes recursos como de los que se habla para pagar reformas significativas en materia de vivienda, transporte, educación, salud y empleo y jubilaciones. Ya sabemos de anteriores reformas concebidas y estudiadas en el pasado que se presuponía rendirían un porcentaje significativo de recursos como recursos disponibles, pero los mismos no cumplieron con tales expectativas por una serie de factores que operan desde la concepción a la implementación del proyecto.

La nueva autoridad ha declarado su intención de encuadrarse en un régimen de equilibrio fiscal, puesto esto como un déficit que no alcance más allá del 4% del PIB. Esto sería un logro notable, especialmente en el actual ambiente de expectativas en que todos y cada uno está esperando la porción de recursos a que se haría acreedor en torno a distintos subsidios y ayudas. El terminarse con el CAE, por ejemplo, y seguir el Estado a cargo del pago de dicho crédito, compensando además a quienes ya lo han pagado, equivale a una proporción de más o menos 2 a 3 puntos del PIB. Si a ello se suman el incremento de la pensión mínima y del salario mínimo a los niveles anunciados, además de otros recursos que ya muchos consideran comprometidos para ser otorgados a la salud y la educación públicas, parece ser bastante difícil el poder enmarcarse en el objetivo global declarado. Y esto, aún sin mencionar otros eventuales compromisos anunciados en materia de vivienda, apoyo productivo y desarrollo de grandes proyectos de inversión estatal. Todo llama a ser cuidadosos en torno a seguir sosteniendo expectativas que llevarán a una frustración poco compatible con la idea de estabilidad política y social.

Hay que reconocer que el presidente electo está en un esfuerzo por contener expectativas, a pesar de las señales que emanan de muchos miembros de su equipo de cercanos. Lo importante es que Chile amerita un escenario de estabilidad que hoy día está amenazado por las expectativas reinantes; contra ello conspira una natural ignorancia en torno a cómo aquellos resultados que se esperan, van en detrimento de otros impactos subsecuentes que, como es el caso de la inflación se convierte en “el otro lado de la medalla”. Es crucial que se den ahora las señales sobre estos eventuales efectos indeseados, y que con ello se pueda avanzar hacia el cumplimiento de las prioridades más importantes que habrá que ordenar y declarar más temprano que tarde. Dar señales claras sobre sostenibilidad de las medidas en el tiempo, y sobre la limitación que presentan los recursos fiscales, son materias políticas de gran relevancia, que demandan talento y liderazgo.


Prof. Luis A. Riveros

europapress