Vivimos en una sociedad que exige cada vez mayores estándares de transparencia. Toda autoridad está bajo constante monitoreo por parte de una ciudadanía atenta, y para ello existen no sólo mejores tecnologías sino también una mayor educación ciudadana respecto a qué debe esperarse de nuestros representantes. Y, por otra parte, la solidez de nuestro sistema democrático y la propia estabilidad institucional descansan vitalmente en la evaluación por parte de la ciudadanía sobre la conducta de las autoridades que le representan, y del ejemplo que la misma provee para el desarrollo de la sociedad. Este importante principio de transparencia es el que se está poniendo en juego con la actitud del Senado de la República en orden a no poner a disposición pública los informes que sus miembros encargan a distintos consultores con recursos provistos por la misma institución. Los informes que tienen a su disposición las autoridades ministeriales y de todo el escalafón del servicio público, incluyendo las municipalidades, están en la línea de acceso abierto a la inspección ciudadana, excepto en aquellas materias que se declaren de acceso restringido en base a algún protocolo legal o reglamentario. También los informes que la academia elabora con recursos públicos como FONDECYT u otros de asignación directa institucional o personal, cumplen con el requisito de estar disponibles para quienes quieran examinarlos. En el caso del Senado, con recursos no menores para estudios o informes de distinta naturaleza encargados por sus miembros, es importante que se transparenten para dar cuenta de la seriedad del proceso de asignación y evaluación de los mismos, y se despejen las dudas sostenidas reiteradamente sobre su calidad y objetivo final. No sólo es necesario aclarar esto en forma rotunda, sino también dar ejemplo al país sobre lo que el propio Senado ha legislado en materia de transparencia y probidad. Los mismos Senadores deberían a iniciativa propia poner tales materiales a disposición pública en la propia página del Senado. La mujer del César no sólo debe parecerlo…
Luis A. Riveros
Universidad de Chile