Todas las personas nacieron con talentos de diverso tipo, y nacieron con afinidades, es decir, cosas que les gustan. Cuando los talentos y las afinidades se juntan, la persona está “en su elemento”– término acuñado por Sir Ken Robinson, experto en innovación en la educación. La mayor contribución potencial de cada persona al bienestar de las naciones se daría cuando ha desarrollado plenamente sus talentos y los aplica en lo que le gusta, es decir, cuando está “en su elemento”.
Mientras más cerca está una persona de “su elemento”, más creativa, más productiva, más plena emocionalmente, y más capaz de generar valor genuino para la sociedad se vuelve. Ese estado no es solo deseable —es necesario. El bienestar de las naciones depende de cuántas personas logran vivir en ese espacio vocacional óptimo. La economía ha medido históricamente lo tangible: horas trabajadas, bienes producidos, servicios entregados. Pero ha ignorado lo esencial: la potencia humana no desplegada. Aquí emerge una nueva métrica: el retorno sobre el talento (ROT). Esta noción propone que el valor generado por una persona no depende solo de su esfuerzo, sino de cuán cerca esté de su vocación natural. La creatividad y la productividad, lejos de ser constantes, se disparan cuando el trabajo se convierte en expresión de la identidad.
La diferencia en el PGB potencial de toda la humanidad “en su elemento” y el PGB actual equivale a un desperdicio económico, ético y hasta religioso. Es económico por el valor no creado, que se materializa en mayor productividad personal, mejores sueldos y mayor bienestar. Es ético porque frustra la vida de personas – la mayoría – que no puede trabajar en lo que tiene más talento y más le gusta. Y es religioso para los que somos creyentes, porque Dios nos dio un mandato, el de continuar y completar la creación. El pecado original torció nuestra capacidad natural para conseguirlo, al introducir el egoísmo en el ethos humano.
Es aquí donde la inteligencia artificial irrumpe no como herramienta técnica, sino como palanca civilizatoria. Con IA, no solo podemos detectar talentos desde edades tempranas, personalizar trayectorias educativas y cruzar afinidades con oportunidades. Podemos también rediseñar los perfiles de cargo desde su esencia organizacional: analizando el lugar que ocupan en la estructura, las tareas que requieren, los equipos con los que interactúan, y los objetivos que deben cumplir.
A partir de ese análisis, la IA puede definir con precisión qué tipo de “elemento humano” encajaría con plenitud en ese puesto, no solo por competencias técnicas, sino por compatibilidad emocional, cognitiva, ética y cultural. La IA puede ayudar a cruzar los talentos individuales con las necesidades reales —y más aún, con los perfiles emocionales, culturales y éticos de los cargos que debemos construir. Porque no basta con encontrar el talento: también debemos construir el lugar donde ese talento florezca.
Luego, puede buscar ese perfil en bases de datos globales que contienen representaciones profundas de las personas construidas también con IA: perfiles vocacionales, trayectorias cognitivas, afinidades, valores. El encuentro entre rol y talento deja de ser azaroso: se convierte en arquitectura algorítmica del bienestar. El elemento se vuelve ubicable. Medible. Escalable. Gobernable.
Y el objetivo no es sólo emplear. Es potenciar el encuentro vocacional entre persona y rol, para que emerja ese rendimiento humano profundo que la economía todavía no sabe calcular. La creatividad no se gestiona —se invita, se coloca en contexto, se amplifica.
El resultado es una optimización sistemática del ROT. A mayor cercanía entre la persona y su elemento, mayor creatividad, mayor productividad, mayor realización personal y menor conflictividad social. La IA no solo ayuda a emplear —ayuda a dignificar. A colocar a cada persona en el rol donde puede desplegarse con propósito, para convertir el trabajo en escenario de plenitud y no solo de subsistencia.
Si el talento humano desplegado representa el motor oculto del desarrollo, entonces el ROT no es solo una métrica económica —es una herramienta de gobernanza. Los gobiernos podrían adoptar el ROT como indicador estratégico en al menos tres niveles:
Presupuestos educativos con propósito vocacional, para dirigir recursos no solo según cobertura, sino según el potencial vocacional detectado en cada comunidad. Así, la inversión se alinea con el talento local latente.
Programas de reconversión laboral basados en talento: en vez de capacitar genéricamente, usar IA para detectar el elemento vocacional de personas desplazadas o en transición, diseñando trayectorias de formación que maximicen el ROT individual.
Diagnóstico territorial de talento: aplicar modelos de IA para mapear afinidades, competencias y vocaciones por región, permitiendo a los gobiernos planificar políticas basadas en la singularidad de cada zona.
Esta reorientación política permitiría transitar desde una planificación centrada en insumos hacia una arquitectura centrada en plenitud humana. El ROT podría convertirse en el nuevo termómetro del bienestar proyectado: cuanto más cerca está una sociedad de optimizar el encuentro vocacional, más resiliente, creativa y cohesionada se vuelve. Y mayor bienestar alcanza.
Alfredo Barriga
Profesor UDP
Autor de “Presente Acelerado: la Sociedad de la Inteligencia Artificial y el Urgente Rediseño de la Humanidad”