De vuelta a los sesenta

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Luis Riveros

En la década de los sesenta se repetían con facilidad los slogans dirigidos a la expropiación y nacionalización de los recursos básicos. Eran años y realidades dominadas por las restricciones al comercio exterior, como una forma de promover la industrialización y el desarrollo, según se creía. Esto se había originado en el modelo del New Deal que había llevado a cabo los EE.UU como estrategia para salir de la crisis financiera internacional de los años 30. Y se había propagado como un estilo de desarrollo y de política pública fácilmente propagado en los países industriales de ese entonces y en medio de una guerra fría que todo lo abarcaba. Era definitivamente otro mundo el que dominaba las decisiones, un mundo en que existía poca relación económica internacional que no estuviese supeditada al marco político prevaleciente. Un mundo en que no existía Asia como actor económico y financiero de gran relevancia, y en que además el progreso tecnológico era lento y poco tenía que ver con el simple proceso de extracción y procesamiento de los recursos minerales y naturales, en general. Ese otro era el mundo con modelos más bien simplistas de desarrollo económico, que postulaba un modelo lineal de apropiación de los recursos básicos para generar ganancias que el Estado podría invertir en el aparato social o en el producto de bienes de consumo.

Pero el mundo cambió de modo sustancial en el último medio siglo. En primer lugar, porque el motor del crecimiento mundial cambió desde el Atlántico al Pacífico, destacando como actor de primer orden al mundo Asiático, ya no más un actor secundario sino que esencialmente un actor de primera importancia en el comercio financiero y de los bienes y servicios. En segundo lugar porque, dentro del mundo asiático y como factor decisivo a nivel mundial, existe la República Popular China, ya no más un relicto histórico guiado por una ideología política, sino que un actor moderno, líder en materia tecnológica y un gigante en la inversión de todo tipo. En tercer lugar, porque existe una integración económica mundial de notable extensión y profundidad, en que Europa se ha consolidado como un actor muy cohesionado, mientras que Rusia ha adquirido un papel preponderante en la nueva economía que caracteriza ahora al mundo. En este escenario África continúa siendo el continente del retraso y de falta de oportunidades, mientras América Latina se devanea en un coqueteo con las viejas fórmulas económicas, que la llevan a situaciones de retraso, inflación, aumento de la pobreza y severo rezago en materia productiva. Hasta el líder de la región, Chile, ha sucumbido a los ideales facilistas que pretenden lograr el desarrollo sobre la base de fórmulas que han probado su inconsistencia y fracaso.

El cambio que ha experimentado el mundo en el último medio siglo, y que se asocia íntimamente con el progreso tecnológico en todo campo, no parece ser un elemento a tomar en cuenta en las deliberaciones de la Convención Constitucional. Allí se vuelve a hablar de expropiar la inversión minera, sin establecer las condiciones que ello crearía para un verdadero aislacionismo de Chile en el marco global en que todo país debe participar. No se ha mencionado el rol de la tecnología, y lo que su ausencia, en el marco del aislacionismo, provocaría para una industria que hoy día requiere inversiones significativas y periódicas. Nada se dice sobre lo que esta iniciativa podría traer en materia de un verdadero aislacionismo comercial del país, dado que aquellos que serían expropiados constituyen, a la vez, nuestros principales asociados en materia comercial. El restaurar un slogan atractivo hace ya muchos años, puede traer un daño inconmensurable que lo pagarán, precisamente, aquellos que se dice serían beneficiarios de una tal política: los trabajadores y los más pobres. Así ha sido en aquellos países que han tratado de emular políticas pegadas al pasado, que sólo han resultado en mayor pobreza.

Es cierto: las discusiones y acuerdos son sólo de Comisiones que trabajan en el organismo que escribe la propuesta de nueva Constitución. Pero es preocupante la superficialidad empleada en los diagnósticos, la poca atención a la evidencia histórica y a los hechos de hoy, dejando gran espacio para un voluntarismo digno de otros tiempos, pero también impropios en un país que ha hecho un gran esfuerzo por modernizarse, lograr estabilidad económica, promover la confianza y la inversión, crecer y mejorar la distribución del ingreso. Las discusiones deberían mirar hacia el 2030, y no hacia un pasado que nos ha dejado lecciones inicuas.


Profesor Luis A. Riveros 

europapress