Maldad

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Luis Riveros (columnista)


Chile figura dentro de los países con mayor tasa de suicidios juveniles en el mundo, una estadística en extremo preocupante y que debiera llamar la atención de la política pública. Es la punta del iceberg de frustraciones y desencuentros que son propios de una sociedad en transición, también de un rango etáreo particularmente sensible a la problemática social y la desadaptación. El problema tiene que ver son ciertos ritmos del cambio social, que conllevan consecuencias más bien dañinas contra la niñez y la juventud temprana. Jóvenes y niños que se sienten amenazados por un futuro que aprecian incierto; afectados, además, por sentimientos de desatención y desmembramiento del grupo familiar, y que ven en la sociedad cambios insatisfactorios en el marco de sus ideales, son factores que ayudan a desarrollar sentimientos de no pertenencia. La educación no está cumpliendo tampoco su esencial rol en cuanto a integrar al individuo a la sociedad, y proveerle con instrumentos adecuados para interpretarla, así como los ritmos de su incesante evolución. Fallas en la educación en cuanto a su rol formador integral, y fallas en la familia en cuanto a su esencial rol de pertenencia e identificación, son dos elementos que juegan a favor de la desorientación y la frustración que experimentan niños y jóvenes, y que conducen a resultados tan dramáticos como el aludido.

Pero también están los factores que impulsan el desapego de niños y jóvenes del contexto social real. Posiblemente, el hecho de inmiscuir sentimientos de fracaso en la mente de niños y jóvenes, convertidos en amenaza sobre su futuro, tiene mucho que ver con la frustración que en muchos casos desembocan en serios trastornos síquicos e incluso en el suicidio de muchos. Esto es una maldad, y debe ser un tema preocupante, especialmente porque muchos adultos están en verdad utilizando a la niñez y juventud para expresar, a través de ellos, los sentimientos de disconformidad y frustración que son normales en el ritmo de desenvolvimiento social, pero que no debieran constituirse en un instrumento de fidelización de niños y jóvenes aún ni siquiera plenamente conscientes de su status en la sociedad. Cuando se envuelve a niños y jóvenes en los combates callejeros, incluyéndolos en la llamada “primera línea”, como factor para debilitar el accionar policial, se está cometiendo una falta muy seria. También cuando se usa a niños para enarbolar artefactos explosivos o estar a la cabeza de los destrozos de capital público y privado, se les está usando como escudo protector para los verdaderos responsables e instigadores. Lo malo es que todo esto no se circunscribe a los participantes directos, sino que sea crea como una demostración de lo mal e injusto que es el “sistema”, así legando una secuela de frustración en la mente juvenil. Cierto es que la educación debería contrarrestar estos desarrollos, pero no la actual educación más preocupada de la gestión que de los contenidos, del rol efectivo y conductor del maestro, del papel importante que el currículo escolar debe desarrollar para entender la realidad social.

La droga y el alcohol han pasado a ser factores de base para muchos desarrollos negativos que marcan a niños y jóvenes. Eso es algo que como sociedad aún “escondemos bajo la alfombra”, y no nos atrevemos a abordar de manera explícita. La delincuencia juvenil (o incluso infantil) es algo que muchos llegan a justificar como una señal de necesidad, pero pocos se atreven a incluir con decisión en las políticas públicas. La vergüenza nacional que es el SENAME, donde muchos niños y jóvenes son maltratados y muchos llevados a la muerte, parece no tener realmente un espacio digno en la conciencia nacional. Todo eso es visto como parte del abandono que sufren niños y jóvenes por parte de una sociedad que los menosprecia y no les permite acceder a construir un futuro digno. Por eso el hecho monstruoso de ostentar un lugar tan destacado a nivel mundial en cuanto a suicidios juveniles, casi se transforma en un dato de la causa, que bien cuidamos de no divulgar demasiado.

En estos días se está haciendo esfuerzos para que grupos de jóvenes obstaculicen el desarrollo de las pruebas de admisión a la universidad (PTU). Lo mismo se hizo el año pasado, con funestos resultados para muchos jóvenes que rindieron la prueba inadecuadamente, y por ello muchos terminaron estudiando carreras fuera de sus aspiraciones. Todo indica que estos jóvenes, grupos minoritarios pero muy activos y organizados, son alentados y hasta dirigidos por adultos que tratan de obtener ventajas políticas a partir de ello. Como en todo tipo de acciones de este tipo, lo que media es la maldad de utilizar a otros para cumplir con objetivos torcidos. Una maldad que no trepida en tratar de afectar a una generación de estudiantes que han sufrido lo indecible para salir adelante en medio de esta terrible pandemia. Una maldad que puede vestirse de muchas maneras, pero que al final del día no es nada más que eso: tratar de afectar la vida de muchos como una excusa para defender ideas, por equivocadas que ellas sean.


Prof. Luis A. Riveros

europapress