Se ha afirmado con razón que el italiano Antonio Gramsci es, después de Lenin y Trotsky, el pensador de mayor influencia dentro del marxismo. En efecto, en su obra fue más allá del concepto de lucha de clases, tan central en la teoría marxista clásica, sosteniendo que la dominación se funda en la hegemonía intelectual y cultural que se transforma, a su vez, en hegemonía política. Por eso afirmó que la conquista del poder cultural es previa a la del poder político. En definitiva, Gramsci sostiene que deben abatirse los símbolos y componentes del aparato cultural de una sociedad, para así poder acceder al poder político; es una forma particular de revolución en que no se expropia medios de producción sino los símbolos de una cultura o realidad nacional de los cuales la sociedad debería emanciparse. La educación, la religión, la familia y los medios de comunicación son las herramientas a través de las cuales se construye y mantiene la hegemonía cultural, puesto que transmiten una cosmovisión que favorece a las clases dominantes. En el marco de este análisis, una revolución requiere destruir los símbolos, las tradiciones, las manifestaciones culturales que son, al final del día, una forma de dominación y se contraponen con la idea del socialismo.
Muchos se preguntan si acaso la actitud manifiesta de las actuales autoridades de gobierno con relación a los símbolos más importantes de la tradición republicana, son simples ”descuidos” o más más bien obedecen a esta interpretación del cambio social inducido. Ya se eliminó la corbata del protocolo que se practica en las reuniones sociales, especialmente en manifestaciones de carácter republicano. Y hemos de reconocer que esto va con los tiempos, cuando ya no es necesario que los ministros usen corbata para ganar el espacio de respetabilidad que su investidura merece. Cosa distintas es, quizás, la adopción de otras modas contemporáneas que no van bien con la respetabilidad que asignamos a los cargos: esto incluye vestimentas deportivas, calzado de excursión o deportes, poleras y polerones que no se ven bien en actos de relevancia republicana. Por cierto, podemos conceder que esto va también con los tiempos aunque son innovaciones que no se observan en el protocolo de la mayoría de los países, tanto industrializados como en desarrollo.
Todo este cambio en las apariencias y las modas no es de estilo “Gramsciano”, porque, además, seguramente quienes lo practican ni siquiera han leído a este fecundo autor para sostener la teoría de la hegemonía cultural conducente a una hegemonía política. Aquí, más bien, prevalecen las desprolijidades y el afán de parecerse lo más posible al ciudadano común, antes que sostener ninguna argumentación relativa a teoría política.
Cosa distinta es cuando se realizan acciones que ponen en cuestionamiento no sólo las buenas costumbres, sino que algunos aspectos esenciales de la civilidad republicana. Sería fácil concluir que acomodarse el cierre del pantalón, lustrarse los zapatos y limpiarse las manos en la banda presidencial son gestos premeditadamente cuestionadores de las instituciones y actos republicanos, tanto y como lo es el llegar desarreglado al palacio de gobierno Posiblemente el protagonista no ha estudiado a Gramsci, pero estas cosas representan una práctica en la línea del pensamiento de este innovador marxista del temprano siglo XX: destruir la simbología y los protocolos que son parte de una tradición republicana ( ¿para así lograr la transformación social?).
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central