​Nobel de Economía 2025: La Innovación y la Libertad económica, columna vertebral en la formula del crecimiento económico.

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Lino Tejeda


Sin duda, el pensamiento económico desarrollado en las universidades de Estados Unidos ha marcado el rumbo mundial. Más del 80% de los Premios Nobel de Economía han sido entregados a investigadores de esas instituciones. Y una de las preguntas que más ha inspirado a esa academia es si la economía puede crecer indefinidamente. Aunque suene ambicioso en pleno siglo XXI, la historia sugiere que no es un sueño tan lejano.


Durante los últimos dos siglos, la humanidad logró un progreso económico nunca antes visto: pasamos de un 90% de la población viviendo en pobreza extrema en el siglo XIX a cerca de un 10% en la actualidad. Esta transformación abre una interrogante clave: ¿existe una fórmula que explica un crecimiento sostenido a lo largo del tiempo?


Ese fue el foco del trabajo del historiador Joel Mokyr y de los economistas Philippe Aghion y Peter Howitt, galardonados con el Premio Nobel de Economía por sus investigaciones sobre los motores profundos del progreso. Mokyr identificó los requisitos que permiten un crecimiento sostenido a partir del avance tecnológico; Aghion y Howitt, en tanto, desarrollaron la teoría del crecimiento impulsado por la destrucción creativa.


Sus aportes permiten reflexionar sobre tres preguntas fundamentales: ¿qué cambió en la historia para que el crecimiento económico despegara?, ¿qué es la destrucción creativa?, y ¿qué amenazas pueden frenar este motor de progreso?


La humanidad vivió siglos enteros sin grandes mejoras en su calidad de vida. El estancamiento era la norma. Sin embargo, desde la Revolución Industrial, el crecimiento sostenido se volvió parte de nuestra realidad. El PIB per cápita mundial pasó de US$1.128 en 1820 a más de US$16.000 dos siglos después. Hoy, una persona de ingresos medios vive mejor que un antiguo emperador.


¿Qué hizo posible este salto? Según Mokyr, la clave fue la alianza entre ciencia y tecnología. Antes del siglo XIX se innovaba por ensayo y error. Con la Revolución Industrial, las leyes de la naturaleza comenzaron a comprenderse y aplicarse. James Watt perfeccionó la máquina de vapor no por accidente, sino por entender su funcionamiento. La innovación dejó de ser casual y pasó a convertirse en un proceso continuo.


A esto se sumó otro factor: una sociedad que valoró el conocimiento, la experimentación y el emprendimiento. Sin un entorno que permita que las ideas circulen, la innovación no ocurre.


Pero innovar tiene un costo. Aquí entra la destrucción creativa, concepto central para Aghion y Howitt. Cada nueva tecnología desplaza a otra: la cámara digital reemplazó al rollo fotográfico, Spotify desplazó a los CDs, y así sucesivamente. Lo nuevo crea valor, pero también vuelve obsoletas industrias enteras. Este proceso puede generar tensiones, pero es la base del crecimiento de largo plazo.


El problema aparece cuando quienes pierden intentan frenar a quienes innovan. Si las empresas dominantes bloquean la entrada de nuevos competidores, la economía se estanca. No es casual que Estados Unidos haya demandado en 2024 a Apple por conductas que, según el Departamento de Justicia, dificultan la competencia y frenan la innovación.


Aghion y Howitt advierten que el progreso no está asegurado. Requiere proteger la libre competencia, evitar monopolios rígidos y permitir que los innovadores desafíen a los incumbentes. En la era digital, gigantes como Google, Amazon o Apple pueden volverse tan poderosos que reduzcan la presión innovadora.


En síntesis, Mokyr muestra cómo la unión entre ciencia, tecnología y una cultura abierta permitió iniciar una era inédita de progreso. Aghion y Howitt, por su parte, nos recuerdan que la destrucción creativa es el motor interno del crecimiento y que debemos cuidarla. Si mantenemos viva la innovación y la libertad económica, podremos aspirar a muchas décadas más de desarrollo y prosperidad.


Lino Tejeda

Director de Sourcing

europapress