El nuevo escándalo por cobros excesivos en las cuentas de luz -una vez más revelado por la prensa-, desnuda una falla y error estructural en la gestión comunicacional de los actores involucrados. No es sólo un grave problema de tarifas sino un síntoma profundo de desarticulación entre poder, relato y ciudadanía. En una sociedad que exige transparencia y justicia social, insistir en estrategias de contención basadas en gestiones discretas, omisiones y silencios calculados, equivale a cavar la tumba de la confianza.
La crisis no surge cuando el problema estalla en los medios, sino mucho antes, cuando las señales de alerta se ignoran o se minimizan. La comunicación estratégica no consiste en maquillar el error, sino en anticiparlo, asumirlo y explicarlo con claridad antes de que se transforme en indignación colectiva. No cabe duda, que se debió haber priorizado una narrativa proactiva y empática, anclada en las verdaderas razones, datos verificables y vocerías creíbles, sin contradicciones. Aunque el hecho a comunicar sea insólito, impresentable y desprolijo. El silencio inicial, en este caso, -exprofeso o no-, se convirtió en ruido político, económico y social que seguirá trayendo consecuencias. Ruido ensordecedor en momentos decisivos ad-portas de las elecciones Presidenciales. Y cuando la narrativa la define el ruido externo, el control ya se perdió.
El principio ético de la comunicación moderna es la transparencia preventiva. Decir la verdad, incluso cuando “no sea el momento” o incomoda, ya no es una opción reputacional, es un deber estratégico. La ciudadanía no castiga el error tanto como el ocultamiento; no sanciona el problema, sino la mentira percibida. Por eso, los silencios prolongados se vuelven ensordecedores. La omisión se interpreta como encubrimiento, y la demora como manipulación. Por ello, en tiempos de hipertransparencia, callar es comunicar, y casi siempre, comunicar mal.
El manejo de crisis debe abandonar la lógica reactiva del control de daños y evolucionar hacia una lógica regenerativa. Las organizaciones ya sean públicas o privadas, necesitan entender que la confianza es un ecosistema frágil, se erosiona rápido, pero puede ser reconstruida si hay humildad, verdad y propósito. El desafío no está en blindarse de la crítica, que sin duda llegará, sino en abrirse a ella con coherencia narrativa.
Esta crisis de confianza es también una crisis institucional ya que revela cuánto cuesta conectar las decisiones con el bienestar real de las personas. Es que la legitimidad ya no se decreta desde el poder, se conquista a diario en la conversación social. Así, la gestión comunicacional de hoy y la del futuro no se hace en los pasillos en la penumbra, ni en los “off the récord”, sino en la plaza pública que hoy es digital, donde la transparencia es la nueva carta credencial de valor. Con todo, el error en las tarifas eléctricas que afectan a todos debería ser leído como una lección estratégica: las crisis ya no se gestionan con silencios, sino con verdad, empatía y propósito, porque el nuevo poder comunicacional no está en controlar el relato, sino en atreverse a develarlo antes de que lo hagan los demás. Aunque duela.
Mauricio Díaz P.
Director Asociado SocialCom