Previsiones preocupantes

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Luis Riveros

Recientes encuestas revelan que prevalecen pobres expectativas sobre la economía chilena para el año 2025. Junto a un débil crecimiento y una inflación baja pero aún amenazante, se advierte que el desempleo se mantendrá estancado en un nivel relativamente alto. Junto a esto, persiste un preocupante déficit fiscal que se ve reforzada por malas estimaciones de los ingresos fiscales previstos. No hay nada crítico en todo esto, pero Chile seguirá padeciendo un severo aletargamiento que incide en un disminuido poder de compra especialmente en los sectores más vulnerables. En el frente externo dominan las amenazas, especialmente debido a los vientos de guerra, su incidencia en los precios de nuestras importaciones y el poderoso efecto de las probables medidas arancelarias anunciadas por el presidente Trump. Lo que resulta indiscutible es la predominancia de un sentimiento de preocupación sobre los resultados económicos de este año y su incidencia en el bienestar de la familia y sus miembros.


Mucho de estos resultados se asocian a la disminución de la inversión acaecida durante el año 2024 y la ausencia de políticas efectivas para estimularla, especialmente en materias como el castigo tributario y la “permisología” que se ha desarrollado como una extraña disciplina en paralelo. En efecto, el predominio de nuevas perspectivas disciplinarias, unido a la existencia de decisiones políticas que las alientan, han llevado a una seguidilla de determinaciones que obstaculizan seriamente el desarrollo de proyectos vitales. Eso mismo, unido a cierta incertidumbre en materia tributaria, nos ha llevado a permanecer como país en un segundo plano como atractivo para la inversión, y tiene por resultado el éxito de proyectos en países vecinos que van en detrimento de proyectos nacionales alternativos. Y entonces sucede que en el afán de rechazar o postergar proyectos, también se va creando una “mala fama” que pronostica una aún menor inversión para el futuro. Esta es una dimensión esencial para sostener mayor crecimiento a largo plazo, y también conservar mejores oportunidades para el empleo.


Seguimos siendo un país caracterizado por una productividad decreciente que no se condice con la madurez alcanzada por nuestra educación. Ahí hay un tema que no se estudia ni se discute abiertamente, mientras que el empleo decae y los salarios a largo plazo se estancan. Si bien las nuevas oportunidades de formación se están dando a nivel universitario, donde efectivamente se forma capacidad productiva a través de profesionales bien calificados, es cierto que el promedio de la educación que se entrega en el país es deficiente e insuficiente, como claramente lo revelan los indicadores sobre competencias adquiridas por parte de nuestros niños y jóvenes. Si esto se pone junto a los resultados que logra el estamento mejor calificado a nivel de la educación superior, se puede espera un mayor empeoramiento de los indicadores sobre distribución del ingreso. Esto se ve reforzado por el hecho de que prevalecen grandes esfuerzos por financiar a la educación superior, mientras que la educación preescolar y básica se mantiene en un preocupante statu quo.


Las preocupaciones sobre el año 2025 que conciernen a crecimiento económico, empleo y salarios se ven reforzadas cuando se adopta una perspectiva de más largo plazo. No es algo inevitable, pero mejorar resultados precisaría de un conjunto de medidas coherentes en materia de enfoque del gasto público, estrategias sobre inversión y diseño de mejores políticas educacionales. En ausencia de esto, el recuento económico será siempre el mismo, cargado de sentimientos de frustración y de esperanzas disminuidas, siempre alentadas por quienes podrán culpar a muchos otros factores, menos a los que resultan cruciales y que se constituyen por medio de la formación de las nuevas generaciones.


Prof. Luis A. Riveros

Universidad Central

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