El inicio de la educación básica, particularmente en primero básico, representa un momento crucial en la vida de los niños. Las investigaciones recientes han revelado que una habilidad sólida en lectura durante este primer año no sólo es fundamental para el éxito académico, sino que también desempeña un papel significativo en el comportamiento y la convivencia en la escuela.
Tal como lo indican los estudios de Morgan, Farkas, Tufis y Sperling (2008), los niños con dificultades de lectura en los primeros grados son más propensos a desarrollar problemas de comportamiento en tercero básico. Esto nos hace reflexionar sobre cómo la lectura en estos primeros años impacta no sólo en el desempeño académico, sino también en su desarrollo emocional y social.
Además, las consecuencias de una lectura deficiente no se limitan únicamente al rendimiento escolar. Como señala James Murphy (2024), la baja alfabetización está estrechamente ligada a una mayor probabilidad de exclusión social, frustración, aislamiento y conductas disruptivas. Esto cobra especial relevancia a medida que los niños avanzan en su educación, lo que resalta la urgencia de intervenir desde los primeros años para prevenir un ciclo de fracaso tanto académico como conductual. La lectura, por tanto, se convierte en una herramienta indispensable no sólo para el aprendizaje, sino para el bienestar integral de los niños.
Asimismo, mejorar las habilidades de lectura en primero básico tiene el potencial de aliviar las tensiones dentro del entorno escolar, pues permite que los estudiantes se relacionen de manera más positiva con sus compañeros y profesores. Johnson y Layng (1992) señalan que "el problema aparente no siempre es el problema a resolver", lo que sugiere que muchas de las dificultades de comportamiento que los niños presentan pueden tener su origen en problemas de aprendizaje no abordados. Al fortalecer las competencias lectoras desde el primer año, se logra reducir la frustración que experimentan los estudiantes que no pueden seguir el ritmo de sus compañeros, disminuyendo así las probabilidades de que actúen de manera disruptiva.
En este contexto, la formación de los futuros docentes cobra una importancia vital. Las carreras de educación parvularia, enseñanza básica y educación diferencial tienen la responsabilidad de formar a profesores y educadoras capaces de enseñar a leer de manera efectiva desde primero básico. Sólo asegurando que reciban la capacitación adecuada, con un enfoque en las mejores prácticas pedagógicas para la enseñanza de la lectura, podremos garantizar que todos los niños adquieran las competencias necesarias desde el inicio. Esto no sólo fomentará su éxito académico, sino también su desarrollo emocional y social, contribuyendo a una mejor convivencia escolar.
María Jesús Honorato Decana de la Facultad de Educación Universidad de Las Américas