Nuestra Educación: una tragedia

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Luis Riveros

Chile vive una grave y persistente crisis educacional. Prevalecen problemas de envergadura en la gestión de la educación pública, lo cual inhibe el desarrollo de un sistema integrado, eficiente y con satisfactorios estándares de calidad. Además, muchos colegios han sido cooptados por movimientos violentistas que, aunque radicados fundamentalmente en los colegios emblemáticos de Santiago, imponen una situación que desprestigia a la educación ante la comunidad y resta valor a cualquier esfuerzo por mantener la dignidad de su contribución positiva a la sociedad. Los resultados de la reciente prueba de selección así lo revelan: instituciones emblemáticas como el Instituto Nacional y el Internado Nacional Barros Arana, han descendido drásticamente en materia de resultados, ubicándolos dentro de los colegios rezagados. Más allá de esto, existe un problema con la educación en su conjunto, y que tiene que ver con su organización y currículo, lo cual se refleja en un sistema más bien ineficiente que lleva a estudiantes mal preparados, desactualizados, con fallas en las competencias mínimas exigibles. Por cierto, todo esto amerita reflexionar sobre una amplia reforma en el sistema, cambiando paradigmas formativos y alterando el énfasis que hoy día se está otorgando a ciertos ámbitos de conocimientos y competencias sobre otros. Tras todo este escenario de grandes dificultades y barreras, se encuentra la gran necesidad de reenfocar y devolver categoría a la formación pedagógica que ha vivido su propio declinar.

La situación prevaleciente amerita una verdadera revolución en educación. Poco se puede hacer, sin embargo, cuando el debate político sobre los temas educativos alcanza, cuando mucho, a los temas de financiamiento e inversión en infraestructura. De hecho, las reformas de las cuales se ha hablado más en los últimos veinte años, se han referido más bien a este ámbito, y no al de los contenidos, enfoques y modos de enseñar, que es donde posiblemente están las fallas fundamentales. Además, se introdujo una idea afín con los sentimientos políticos: quitar los patines a los mejores, en lugar de poner patines a los más rezagados. Con eso se condenó a la educación pública y gran parte de la subsidiada, a un retraso auspiciado por la propia política pública. Y es que no están los incentivos, como ahora se dice y enfatiza, para acometer cambios estructurales que impulsen una verdadera reforma educacional. Dicha reforma requeriría un debate, el rol de muchos expertos, la voz de los profesores, de los universitarios y de la comunidad toda, sobre un problema que es complejo y que afecta a todas las familias y al futuro de los niños y de la patria. Pero un cierto realismo político, lleva a que esto no se pueda acometer con la profundidad y seriedad que se requiere, puesto que habrá costos que se pagarían en el corto plazo y decisiones que nunca van a ser del gusto del mundo político, puesto que envolverían precisamente eso: decisiones. Los beneficios de una tal reforma que envuelva cambio en el paradigma educativo, se conseguirían sólo en el largo plazo, rindiendo así beneficios a futuras autoridades o gobiernos en un sentido amplio. Por esa razón, seguramente, no se ha acometido el cambio que a todos parece hacer sentido, pero sin necesariamente hacerse cargo de sus complejidades técnicas y políticas.

¿Significa eso que no podremos cambiar la actual situación? Hay que buscar los caminos políticos con decisión y mirando al posible resultado a 12 o 15 años (reformar hoy día, significa esperar resultados al final del ciclo formativo). Radicar esos cambios, o su definición, en autoridades con mandato para los siguientes 4 años, no es realista, especialmente considerado que los cambios, por positivos que sean en resultados, envolverán discusión, controversia y costos importante para ciertos grupos, sectores o posiciones. Es por eso que la política parece haber consensuado que es mejor no entrar a este terreno, y sólo mejorar las cosas en la medida de lo posible (es decir acotado a resultado de bien corto plazo) aunque así sigamos sacrificando el futuro de nuestros niños.

Ni siquiera ha sido Chile capaz de desarrollar una buena educación preescolar, que es la base sobre lo que todo lo demás construye. Se pusieron los recursos en educación universitaria, que es el peldaño superior políticamente más decisivo e influyente. Por ahora, seguiremos con una educación muy desigual en calidad, además de ineficiente en su conjunto. Nuestros jóvenes siguen en el mayor analfabetismo funcional, con severa ignorancia en materias analíticas y con una pobre formación valórica y social. No es claro qué podemos esperar sin un giro sustancial en la materia. Posiblemente, como se escucha, será bueno poner esto fuera de las manos del gobierno de turno, ampliar la escala de tiempo para los resultados esperados y adoptar un esquema de decisiones que aleje el tema de la gestión educativa de la política contingente. Posiblemente no estamos preparados para ello, y es probable que sigamos llorando a mares por los resultados observados, los profesores universitarios cada vez más decepcionados de las fallas formativas que traen sus alumnos, y la frustración de generaciones de jóvenes que poco han sabido sobre valores superiores y el conocimiento necesario para una vida exitosa.


Prof. Luis A. Riveros

europapress