Para toda una generación, la marca Fantuzzi se hizo familiar y casi un emblema de las ollas de gran uso doméstico que habían inundado el mercado. Se hablaba de ello con respeto por ser una iniciativa privada exitosa y asociada a un nombre de origen extranjero. La persistencia de la marca en el tiempo constituía una especie de seguro sobre su calidad, y así al menos lo percibían los hogares de décadas atrás. Por esas vueltas de la vida tuve la oportunidad de conocer a Roberto Fantuzzi Hernández en su calidad de egresado de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Chile. Era capaz de entusiasmar a cualquiera con iniciativas que a muchos les causaba natural escepticismo usando para ello la técnica de un discurso convincente . Al cabo de un tiempo sus ideas resultaban a menudo exitosas, como lo eran también las múltiples iniciativas de negocios que emprendió en su vida. También conocí a Angel, su hermano, quien muriera en un accidente de tipo laboral, y que era además de empresario una persona que dedicó parte de su vida a la política. Roberto sintió profundamente la partida de su hermano, y decía que él había sido siempre un moderador de su innata locura.
Roberto era un permanente torbellino de ideas, especialmente de las más atrevidas y rupturistas. En la Asociación de Egresados fue siempre un motor importante, con iniciativas que siempre estaban inspiradas en destacar a la Universidad como la primera del país. Lo acompañé en la Asociación de Exportadores Manufactureros, como miembro del Directorio, en los tiempos en que se pensaba que la mediana y pequeña empresa eran sólo fabricaciones de sueños, pero que nunca mostrarían resultados significativos. Contrariamente, ASEXMA demostró que podía ser un motor fuera de borda para impulsar al desarrollo del sector manufacturero nacional, congregando a muchos de los actores pertinentes en el rubro. Y él estaba siempre detrás del trabajo de implementar las acciones; no era de los que lanzan ideas y esperan que otros las lleven adelante para sentarse posteriormente a criticar las fallas y cosas a enmendar. Incluso en los días en que ya sabía de la enfermedad que le aquejaba, nunca dejó de inspirar con una mirada a futuro, rescatando siempre el rol del empresario, su convicción y compromiso. Varias veces dijo que no le temía a la muerte, y que no se sentía asustado por la enfermedad que le aquejaba. Lo que es más: hacía bromas sobre lo que le esperaba en la otra vida, donde seguramente, decía, podía encontrar espacios para nuevos nichos de negocio que nunca se habían explotado en el Más Allá.
Bromista innato e irreverente, pero un magnífico creador de ideas. Todavía se recuerdan los “regalos” que ofrecía a figuras de la política siendo destacable el de la “muñeca inflable” que ofreció en alguna oportunidad y que le valieron ácidas críticas, y el enojo de su señora, como el mismo confesaba. Aún guardo un par de recuerdos de sus iniciativas comunicacionales: un ladrillo, que simbolizaba el espíritu constructor que debía impregnarnos a todos, y un “bototo” con un par de piedras en su interior que representaba la “piedra en el zapato” que todos debíamos saber eliminar para que las cosas marcharan como se debía. Roberto fue un gran humanista, convencido y convincente, que siempre destacaba su respeto por los demás, lo cual había marcada una vida llena de aprendizaje.
Le echaremos de menos. Con la sonrisa que le caracterizaba y que le permitía sortear posibles enemistades. Con su ejemplo de trabajo y dedicación, capaz siempre de salir adelante aún de los más difíciles retos, ha dejado un legado que debiéramos estudiar y adoptar, especialmente por la tolerancia que es inherente a las grandes visiones.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central