​Acuerdos colectivos para una agenda climática transformadora

|

Ignacio Parada

Una frase popular y fraterna asoma como el mejor camino medioambiental tras la COP26: “la unión hace la fuerza”. Algo que seguramente entendieron los mayores emisores de carbono, China y Estados Unidos, quienes por primera vez se comprometieron a trabajar por la urgencia de la situación. Y es que nuestra historia moderna sugiere que las soluciones colectivas y multisectoriales, por su capacidad activa y congregante, son las que responden con mayor eficacia a estas problemáticas.

Hay tres ejemplos, de no hace mucho tiempo, cuya incidencia otorga confianza en que la ciencia, el mercado y la política de los países pueden dialogar para contrarrestar, en el caso de lo que hoy nos apremia, el inminente aumento de la temperatura planetaria.

Un hito fue lo ocurrido con la gasolina con plomo, destacada por su combustión eficiente pero sin el descubrimiento de ciertas partículas dañinas para la salud, las cuales comprometían el sistema cardiaco y el cerebrovascular. Con evidencia científica, hubo consenso internacional y campañas de concientización para prohibir sostenidamente su producción, siendo lideradas por ONG’s, grupos sectoriales e industriales. Hoy esta gasolina no existe.

Hace décadas también se intercedió en las causas de un extenso agujero de la capa de ozono, alertando un tamaño similar al de la Antártica y por el cual nuevamente la ciencia salió al paso, responsabilizando a los clorofuorocarbonos presentes en refrigerantes y aerosoles. Hubo acuerdos globales, entre ellos el exitoso Protocolo de Montreal (1987), con los que se pudo reemplazar su fabricación química por otras menos nocivas. Algo semejante ocurrió con la lluvia ácida, registrada entre las décadas de los 70 y 90 por la comunidad científica, tras el desaparecimiento de fauna en lagos y ríos del mundo. La causa era la combustión de carbón en las centrales eléctricas, hiperconcentrada como dióxido de azufre en las nubes. Su erradicación se logró con pactos mundiales y con concientización por medio de incentivos para la actividad comercial.

La unión hace la fuerza y con estos tres antecedentes contemporáneos, o con lo ocurrido con China y Estados Unidos, se refrenda que una agenda climática transformadora requiere una validación intersectorial que suscite estándares de bienestar colectivo. Concitar a la academia, al liderazgo político y a la presteza empresarial en torno a principios basados en evidencia, progreso e innovación, aparece como el camino más confiable para seguir.

Resulta una grata coincidencia que la COP26 haya culminado en un mes electoral como el de Chile, pues abre el espacio para conocer la visión de los dos candidatos que buscan la presidencia del país. La historia demuestra que es posible una cultura ambiental donde todos podemos remar juntos hacia la meta; una mejor calidad de vida para las próximas generaciones. 


Ignacio Parada, 

Abogado y emprendedor.

europapress