​La Patagonia la lleva

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Antonio Horvath

Con la firma del decreto por parte de la Presidenta Michelle Bachelet que crea la Red de Parques Nacionales de la Patagonia, suscrito en presencia de los directivos de la Fundación Douglas Tompkins, encabezados por su viuda Kristine, comienza a tomar forma un antiguo anhelo en el ámbito de la conservación.


Para que hoy día llegásemos a hablar de conservación, instalando un concepto que fuimos construyendo paso a paso, entre todos los que percibimos que la Patagonia tenía mucho más que ver con el futuro que con el pasado, primero fue necesario abocarnos a una cuestión en extremo necesaria si queríamos poner en valor la riqueza patrimonial de una tierra casi virgen: la conectividad.


Hoy día celebro que muchos visionarios de entonces hayan compartido nuestro mismo andar, no exento de temores y resquemores, de confianzas frágiles y de espíritu aventurero. Pagamos costos y junto con forjar grandes amistades, en el camino también surgió la disidencia, pero nunca nos detuvimos.


Si tuviera que elegir un punto de inflexión para definir un antes y un después respecto a cómo y cuándo la Patagonia se convirtió en un asunto de interés nacional –habida cuenta que ya los extranjeros la visualizaban por su enorme potencial– habría que señalar la importancia que las imágenes de su territorio fueron adquiriendo en la memoria colectiva. Aunque se trató de un proceso multifactorial de muchas personas que llevan a la Patagonia pegada a la piel y el corazón, en especial a nivel local, no tendría por qué restarle mérito a un hecho casi accidental que puso de relieve el concepto de “belleza” del lugar.


En efecto, mucho antes de “Patagonia sin represas”, Douglas Tompkins puso en circulación unos posters destacando la fauna patagona, cuya única leyenda decía “Aysén”. No había –tal vez no era necesario– logo alguno o eslogan que profundizara en algo más sustantivo. A contar de ese concepto de un territorio que tenía su propia belleza, empezaron a surgir otras ideas fuerza, como “Patagonia, reserva de la vida”. Belleza y vida comenzaron a ser leídas con otro sentido, conceptos que vinieron a sumarse en un contexto de una tierra empoderada de una cultura muy particular, la del aislamiento.


Más allá de la estética que supone un relato que se va nutriendo día a día de una forma de vida que marca a la gente y su territorio, también a lo largo de estos últimos años se ha ido perfilando una valoración patrimonial y económica de la Patagonia. En este sentido, no debemos olvidar que en un pasado no muy lejano, una buena parte de los terrenos con quebradas, no agrícolas, llenos de piedras y rocas, tenían un valor material muy precario, cuestión que era percibida de esa manera por un altísimo porcentaje de la población nacional. Sin duda, quienes se dedicaban a la ganadería no pensaban adquirir una tierra tan inhóspita; de hecho, por aquella época una hectárea no llegaba a superar los 100 mil pesos, tendencia que, por controversial que haya sido en su momento, un extranjero como Tompkins vino a cambiar, adquiriendo enormes extensiones de tierra. Si lo hacía un foráneo –así lo entendimos después– era porque esa tierra tenía un valor distinto al extractivo que no alcanzábamos a dimensionar del todo.


Con la creación de Red de Parques de la Patagonia, hoy podemos ver cómo han ido convergiendo distintas valoraciones sobre ese inconmensurable territorio reserva de la biósfera; un pedazo del planeta que tiene una belleza prístina, llena de oportunidades, de no perturbación de la vida; valores en extremo inmateriales y subjetivos, pero necesarios y copulativos, tanto como el pez y el agua. A todo ello se suma el turismo sustentable, que en nuestra Región de Aysén alcanza alrededor del 48 por ciento. La Patagonia la lleva.


Antonio Horvath Kiss

Senador por Aysén

europapress