Pablo Müller Académico Facultad de Administración y Negocios Universidad Autónoma de Chile

​La fragilidad de los hogares chilenos

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La reciente Encuesta Financiera de Hogares 2024 del Banco Central entrega una radiografía inquietante de la economía doméstica chilena: menos endeudamiento, hogares más pequeños y un acceso a la vivienda cada vez más esquivo. Tres señales que, lejos de anunciar alivio, revelan tensiones profundas que amenazan con marcar el rumbo de la próxima década.


El tamaño promedio de los hogares ha caído de 3,2 a 2,7 integrantes entre 2017 y 2024; los hogares unipersonales ya representan uno de cada cuatro. Esta transformación silenciosa no solo desdibuja la idea tradicional de familia, también presiona a un sistema de políticas sociales diseñado para otra realidad. Una sociedad de hogares más fragmentados es, inevitablemente, más vulnerable.


En cuanto a los ingresos, la mediana vuelve a niveles de 2017, tras el espejismo del año 2021, cuando los retiros previsionales y transferencias estatales generaron un alivio momentáneo. Lo que parecía un salto de bienestar fue en realidad un paréntesis, y hoy el regreso a la “normalidad” implica menos holgura en medio de un costo de vida más elevado. La sensación de retroceso no es ilusoria: se trata de un deterioro en la capacidad de los hogares para proyectarse.


El endeudamiento, por su parte, muestra una paradoja. La proporción de hogares con deuda ha caído, sobre todo en créditos de consumo. Sin embargo, quienes sí acceden a crédito destinan el mismo 26 % de sus ingresos a pagar sus compromisos financieros, exactamente lo mismo que hace siete años. Es decir: la deuda no desaparece, se concentra. Menos hogares acceden, pero los que lo hacen cargan un peso que no se aligera. La “moderación” del endeudamiento esconde, en realidad, un endurecimiento de las condiciones de acceso y un riesgo creciente de exclusión financiera.


El panorama más sombrío se observa en la vivienda. Aunque el número total de hogares propietarios aumenta en términos absolutos, la tasa de tenencia cae, golpeando especialmente a los estratos medios y bajos. En el grupo de menores ingresos, la irrupción de hogares unipersonales sin acceso a propiedad abre la puerta a una crisis habitacional de largo plazo: más familias forzadas a arrendar en un mercado ya tensionado, más inestabilidad, menos posibilidades de construir patrimonio.


La encuesta obliga a un diagnóstico incómodo: Chile se encamina hacia un escenario de hogares más frágiles, con menos redes internas, menos colchón financiero y más dificultades para asegurar vivienda. El retroceso en los ingresos, la concentración del endeudamiento y la pérdida de acceso a la propiedad no son fenómenos aislados; conforman un entramado de precariedad que amenaza con cristalizarse como la “nueva normalidad”.


De aquí se desprenden preguntas urgentes: ¿qué significa hablar de movilidad social en un país donde el crédito se restringe y la vivienda se aleja? ¿Cómo sostener cohesión en una sociedad donde la experiencia predominante será la de hogares pequeños, con ingresos ajustados y perspectivas limitadas?


La EFH 2024 no es solo una estadística. Es una advertencia. Si no se corrigen los desajustes estructurales que muestra, el país puede enfrentarse a una década marcada por la erosión del bienestar, la frustración social y la pérdida de confianza en las instituciones.

Pablo Müller

Académico Facultad de Administración y Negocios

Universidad Autónoma de Chile

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