Si se representaran los microbasurales en un mapa, estos aparecerían como puntos dispersos. Al ampliar la imagen a nivel de calle, se revelarían manchas que simbolizan el abandono. En el territorio, sin embargo, los microbasurales trascienden la mera acumulación de residuos; encarnan fracturas urbanas, negligencias institucionales y exclusiones persistentes, erigiéndose en síntomas que interpelan a la planificación, la gobernanza y la justicia territorial (según INE y considerando algunas regiones, el año 2019 se catastraron 2.568 microbasurales).
No se trata únicamente de basura, sino lo que revela: periferias urbanas desprovistas de servicios, espacios públicos carentes de vigilancia y comunidades silenciadas. Un microbasural actúa como una señal de alerta sobre deficiencias estructurales en la gestión del territorio, señalando áreas donde el Estado se repliega, la normativa se diluye y la ciudadanía se desmoviliza o se resigna. Paradójicamente, estos espacios también pueden convertirse en focos de acción colectiva, innovación comunitaria y reivindicación de la dignidad.
Diversos datos confirman que los microbasurales tienden a concentrarse en comunas periféricas, zonas de transición rural-urbana, márgenes fluviales y áreas industriales abandonadas; es decir, jurisdicciones caracterizadas por una inversión pública limitada, una fiscalización precaria y una débil presencia institucional. En estos espacios impera la informalidad impera, se normaliza la precariedad y la atención política se concentra en materias aparentemente de mayor connotación e impacto social.
La propagación de microbasurales no es un problema técnico, sino político. No se resuelve ni se ha resuelto aumentando el número de camiones recolectores, ni se ha desincentivado aumentando el valor y severidad de las multas. La solución requiere una perspectiva que armonice la planificación urbana, la participación ciudadana, la educación ambiental y la corresponsabilidad institucional. Tras cada microbasural subyace una historia de invisibilización y un conjunto de decisiones omitidas.
Un diagnóstico preciso, con datos robustos y completos de información, representaría un insumo con un valor inestimable que contribuiría a una mejor definición y articulación de políticas de desarrollo humano y urbano, que colaboraría en la mejor definición de priorizaciones las intervenciones del “estado”, contribuiría además a transparentar, fijar y establecer responsabilidades y finalmente a exigir coherencia entre el discurso y la práctica. Con todo, exige voluntad política, capacidad técnica y sensibilidad territorial. Es necesario mapear la basura para mapear la dignidad.
La piedra angular de una política pública eficaz en este ámbito debe ser la prevención estructural. Esto implica reconocer que los microbasurales son síntomas de una planificación fragmentada, una gestión ambiental desprovista de enfoque territorial y una ciudadanía excluida de las decisiones que impactan su entorno.
En una época marcada por la crisis de confianza institucional, abordar los microbasurales como un problema de gobernanza representa una oportunidad para reconstruir vínculos, recuperar espacios y dignificar territorios. Limpiar, por lo tanto, trasciende la mera recolección: implica reconocer, reparar y re-imaginar.
Américo Ibarra Lara
Director Instituto de Ambiente Construido
Observatorio en Política Pública del Territorio
Facultad de Arquitectura y Ambiente Construido
Universidad de Santiago de Chile