Las llamadas “fake news” son una práctica tan antigua como las controversias políticas. Pablo Cánovas ha destacado que, por ejemplo, en la Roma Clásica el mismo Julio César fue acusado por sus enemigos de mantener relaciones con Nicomedes IV de Bitinia para así ridiculizarlo. En la Francia Revolucionaria María Antonieta fue víctima de panfletos que le atribuían inventados escándalos de índole sexual. En los EEUU las elecciones de 1800 estuvieron marcadas por el cruce de calumnias: a Jefferson lo tildaban de ateo y a Adams de “hermafrodita”. Y también en nuestro medio: a Pedro Aguirre Cerda se le tildaba de alcohólico, y rumores también se esparcieron en torno a la soltería de don Jorge Alessandri. Más recientemente, y con motivo de las protestas del año 2018, ciertas figuras políticas denunciaron un inexistente centro de torturas en la estación Baquedano del Metro de Santiago. Y aún más, se dijo también que el triunfo del rechazo ante el primer proyecto Constitucional elaborado, se habría debido a las falsedades y malas interpretaciones que rodearon la consulta. Es decir, este no es un tema nuevo y se le puede considerar una cuestión inherente a una forma usual, aunque indebida, de hacer política y perjudicar la democracia.
Lo nuevo es, en nuestros días, la propagación de la noticia falsa a través de medios que alcanzan instantáneamente a miles de personas. Y a muchos esto le parece razón suficiente para restringir la libertad para emitir opiniones, y posiblemente instaurar algo así como una oficina pública de la “verdad”. Se trata, usualmente, de rumores que esparcen ciertas personas pretendiendo dañar a otros, utilizando para ello sus redes de contactos. Una versión más “industrial” de esto son los llamados “bots”, artilugios tecnológicos diseñados para esparcir masivamente la “información”, para así multiplicar el daño potencial que la misma causa. Y es difícil descubrir los orígenes y formas en que se extiende este verdadero mal social, constituyendo las más de las veces, una nueva fake cuando se acusa que la implementación del sistema de difusión es organizada por determinadas personas, usualmente líderes políticos.
Todo esto constituye una temática lejana de los intereses de la ciudadanía, como asimismo de sus problemas más prominentes. Por cierto, cuestiones relativas a seguridad y delincuencia, la situación económica vigente y el acceso a servicios públicos indispensables, ocupan un lugar mucho más prominente en las preocupaciones de los chilenos. En ningún modo los “bots” son algo no sólo lejano a las temáticas relevantes para la calidad de vida, sino que verdaderamente es un tema de manejo muy restringido para el ciudadano común. Se ha generado controversia sobre algo que debe ser de interés para un cierto ámbito de la política y para la justicia, pero que no constituye una prioridad para el país. Contrariamente, por ejemplo, un Ministro se refirió extensamente a este tema en un acto republicano animado a destacar los valores históricos y patrios, a pesar de ser éste un tema tan alejado de los intereses ciudadanos.
Ciertamente las posibles derivaciones asociadas a las fake news políticas, se insertan en el contexto de una más bien débil preparación de nuestra ciudadanía para procesar la información que se recibe por medios electrónicos. Ya sabemos que esta difusión no está en el interés ciudadano tanto por el fondo como por la forma que requiere cierta ”expertise” tecnológica. Pero más allá, si hay un ciudadano bien formado cívicamente, con clara noción de sus deberes y derechos y sobre el valor de la democracia para su día a día, no dará cabida a la difusión de noticias falsas. Esto llama a reforzar la educación cívica ciudadana, que viene debilitada producto del estado crítico de nuestra educación y la débil formación cívica que la misma induce.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central