​Déficit de escuelas en Chile: cuando el futuro no cabe en el presente

|

Catalina Binder

En un país que aspira al desarrollo, resulta incomprensible que cientos de miles de estudiantes vivan su experiencia escolar en condiciones indignas. Chile enfrenta un déficit crónico de infraestructura educativa que no solo limita el acceso a la educación, sino que daña profundamente su calidad y equidad. Es una deuda silenciosa, de esas que no generan escándalos ni portadas, pero que erosiona día a día la promesa de ofrecer igualdad de oportunidades desde la sala de clases.


En muchas comunas del país, especialmente en sectores rurales y periurbanos, simplemente no hay suficientes escuelas para cubrir la demanda actual. En las que existen, presentan un grave deterioro estructural, con salas que se llueven, instalaciones eléctricas obsoletas, servicios higiénicos en mal estado o espacios comunes inutilizables.


Según cifras del propio Ministerio de Educación, más de 300 mil estudiantes asisten hoy a escuelas que presentan algún grado de deterioro estructural. Techos con filtraciones, baños clausurados o patios inutilizables son parte del paisaje cotidiano en muchas comunidades escolares. A esto se suma el uso de salas modulares provisorias que se han vuelto permanentes, normalizando lo que debiera ser inaceptable.


En paralelo, hay comunas donde simplemente no hay suficientes escuelas para absorber la demanda, obligando a miles de niños y niñas a desplazarse largas distancias o quedar en lista de espera año tras año.


El problema no es nuevo. Se ha venido arrastrando por décadas, postergado una y otra vez en la priorización presupuestaria. La inversión en infraestructura escolar ha sido fragmentada, reactiva y muchas veces determinada más por presiones locales que por una estrategia nacional.  ¿Cómo se construye un proyecto educativo transformador si ni siquiera hay condiciones mínimas para estudiar con dignidad?


Chile no puede seguir postergando a sus niños. Ellos no eligen autoridades, pero las decisiones de esas autoridades los marcan para toda la vida. Invertir en las escuelas del presente es invertir en la productividad, la democracia y la cohesión del Chile que queremos construir.


Por eso, los próximos candidatos presidenciales tienen el deber moral y político de poner este tema en el centro de sus programas. No se trata de una promesa más: se trata de devolverle la dignidad a la educación pública desde su base material. Los candidatos presidenciales debieran comprometerse con un plan nacional de infraestructura escolar que permita proyectar los próximos 20 años, no solo apagar los incendios del presente.  Un plan robusto, con plazos, modalidad de financiamiento y voluntad real de ejecución. 


Construir escuelas no es solo levantar muros. Es invertir en cohesión social, en seguridad, en equidad territorial. Es decirle a cada niño y niña, con hechos, que su educación importa, sin considerar en qué comuna viva o a qué colegio asista. Es decirles que Chile los ve, los cuida y los considera parte del pacto social, aunque aún no tengan edad para votar.


El déficit de escuelas es una herida abierta que nos habla de prioridades. Y es momento de que esa herida sea visible, debatida y enfrentada con seriedad. Porque cuando no hay escuela, no hay futuro. Y sin futuro, no hay paí


Catalina Binder

Vicepresidenta del Consejo de Políticas de Infraestructura (CPI)

europapress