La aprobación de la ley que prohíbe el uso de celulares en salas de clases en todos los niveles educativos marca un avance significativo en la protección del aprendizaje y la salud mental de niños, niñas y adolescentes. El aula requiere atención sostenida, presencia y vínculo con otros, tres condiciones profundamente afectadas por la hiperconectividad. La evidencia es clara: cuando el cerebro en desarrollo está expuesto de manera permanente a estímulos digitales, disminuye su capacidad de concentración, se fragmenta el pensamiento y se afecta el aprendizaje profundo. Sacar el celular de la sala no es una sanción, sino una medida de cuidado para que el proceso educativo vuelva a ocupar el centro.
Esta medida impacta positivamente en la regulación emocional y en la convivencia escolar. La sobreexposición a pantallas incrementa la impulsividad, la comparación social, la ansiedad y el aislamiento, debilitando habilidades esenciales como la empatía, la tolerancia a la frustración y la comunicación cara a cara. Al reducir la interferencia digital durante la jornada escolar, se fortalece el vínculo entre pares, se mejora el clima en la sala de clases y se promueve una experiencia emocional más segura y estable, clave para el desarrollo sano de la infancia y la adolescencia.
Esta ley, además, abre un espacio necesario para replantear el rol de la tecnología en la educación. No se trata de eliminarla, sino de devolverle su lugar como herramienta con propósito formativo. Proteger los espacios libres de pantallas es también proteger el juego, la creatividad, el movimiento, la conversación y el silencio, todos aspectos fundamentales para el desarrollo integral. En un contexto de creciente malestar emocional en niños y jóvenes, esta decisión legislativa no solo es educativa, sino profundamente preventiva.
Por: Camila Ovalle, psicóloga clínica y co-fundadora de Bow.care