El impacto de la inteligencia artificial en la sociedad

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Pepper es un robot humanoide creado por SoftBank Robotics. Capaz de identificar emociones básicas y responder con protocolos sociales, representa la transición de una sociedad de interacción humana a una de interacción humanoide: conversaciones no con personas, sino con sistemas como Copilot.


Hoy Pepper se usa en empresas. Mañana —gracias a la Ley de Moore— podrá estar en millones de hogares.


Pero el impacto social de la IA va mucho más allá. Ya se usa para:


- Ayudar a personas con autismo a identificar emociones.

- Mitigar la soledad de adultos mayores.

- Seguir a enfermos crónicos.

- Detectar riesgos de suicidio en redes sociales.

- Apoyar terapias emocionales.

- Comprender el estado afectivo de estudiantes.


Todas las anteriores se refieren a emociones. La IA no tiene emociones, pero las detecta, y desde el punto de vista cognitivo, sabe qué hacer con ellas. En la naturaleza de las máquinas está el que no son capaces de sentir, pero sí pueden captar lo que los humanos sienten y ayudar. En cualquier caso, pienso que nunca el “consuelo” de una máquina tendrá para una persona el mismo significado que el de otra persona. Por lo tanto, ayudan, pero no reemplazan.


Nos estamos acercando a un mundo donde los robots asumen lo duro, y los humanos nos concentramos en lo espiritual, creativo y emocional.


Pero también existen riesgos. En regímenes autoritarios, la IA se convierte en herramienta de control ciudadano —como en China. También existe el riesgo de intervención genética con fines eugenésicos, como ya vimos en el caso del científico chino que alteró genes en una niña para evitar el VIH. Fue censurado, pero demostró que se puede hacer.


En 1964, el escritor chileno Arturo Aldunate Phillips escribió Los robots no tienen a Dios en el corazón. El título lo dice todo: los algoritmos pueden simular decisiones… pero no fe, ni sentido, ni trascendencia. Porque la espiritualidad humana no es programable. La IA puede razonar. Puede crear. Pero no puede creer.


La IA puede ser una herramienta para generar una sociedad más plena, pero también una sociedad más egoísta. Yo tengo fe en que será lo primero, debido a que hay mucho más que ganar usando la IA entre todos que usándola para fines personales. Y la razón es bien simple. Más personas equivalen a más datos y más mentes co-creando con IA, y eso lleva a mejores modelos de IA, que benefician a más gente. Se puede dar vuelta el postulado de Adam Smith, ese que dice que cuando una persona busca su interés personal, una “mano invisible” hace que toda la sociedad se beneficie. Ahora sería que, cuando una persona junto con otras busca el interés de todos, una “mano invisible” consigue lo mejor para cada uno. Es un win/win situation, un juego de suma superior a cero.


A medida que se despliegan los múltiples impactos de la inteligencia artificial —económicos, políticos, laborales, sociales, bélicos— emerge una intuición más profunda: no estamos simplemente ante una tecnología que transforma sectores, sino frente a una lógica que reconfigura el entorno mismo en el que existimos. El algoritmo, más que una herramienta, se ha convertido en una atmósfera invisible que modula nuestras decisiones, vínculos, imaginarios y formas de vida. Así, el paso del impacto al entorno marca un giro en la mirada: ya no se trata solo de lo que la IA hace, sino de lo que la IA es como condición de posibilidad de lo cotidiano.



Alfredo Barriga

Profesor UDP

Autor de “Presente Acelerado: la Sociedad de la Inteligencia Artificial y el Urgente Rediseño de lo Humano”


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