​Inclusión financiera para el desarrollo social

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En Chile, más de 3,3 millones de personas viven en situación de pobreza multidimensional, según la última encuesta CASEN. Detrás de esa cifra hay familias que enfrentan desigualdades no solo económicas, sino también educativas, sociales y digitales.


Una de las más invisibles es la brecha financiera. Para muchos, abrir una cuenta digital, pedir un crédito o acceder a una tarjeta es un trámite rutinario. Para miles de microemprendedores en territorios vulnerables, en cambio, sigue siendo un privilegio inalcanzable. Y sin crédito formal, emprender, sostener un negocio o proyectar crecimiento se vuelve casi imposible.


El microemprendimiento representa el 23,5% de la población ocupada, pero una parte importante de quienes lo ejercen percibe ingresos iguales o inferiores al salario mínimo. Esta realidad golpea con especial fuerza a las mujeres. Entre las trabajadoras remuneradas que viven en situación de pobreza, el 71% son jefas de hogar. A esa búsqueda de ingresos se suma la responsabilidad de los cuidados no remunerados (unas cinco horas diarias en promedio), lo que limita su acceso a empleos formales y restringe sus posibilidades de alcanzar autonomía económica y mayores ingresos.


Por eso, hablar de inclusión financiera no puede reducirse a la entrega de un crédito. Se requiere mucho más; acompañamiento para la toma de decisiones, capacitación que fortalezca las competencias, espacios colectivos que fomenten redes de colaboración, educación financiera y, en lo posible, hábitos o mecanismos de ahorro que permitan enfrentar imprevistos. Es en ese entramado donde las personas logran no sólo estabilizar sus ingresos, sino también ganar confianza y ampliar sus horizontes de desarrollo.


La experiencia de Fundación Crecer lo refleja. Durante 23 años hemos impulsado un modelo integral que combina financiamiento, formación y apoyo cercano. Más de 1.200 familias en 14 comunas han participado en este proceso. El 90% son mujeres, muchas mayores de 50 años, con escolaridad media incompleta y hogares sin otro ingreso. Incluso en esas condiciones adversas, cuando converge la posibilidad de un crédito adecuado, capacitación y acompañamiento, la resiliencia se convierte en una ruta concreta de desarrollo.


Los resultados son visibles. En los últimos años se han duplicado las colocaciones y la alfabetización digital muestra avances significativos; ocho de cada diez emprendedoras capacitadas hoy venden a través de redes sociales. Estos logros no son casualidad, son fruto del acompañamiento dedicado y profundo de un equipo profesional, que administra, capacita y acompaña cada proceso, así como del compromiso generoso de voluntarios que fortalecen día a día este trabajo. No se trata solo de aprender a usar una herramienta, sino de abrir mercados, profesionalizar la oferta y asegurar mayor estabilidad a los hogares.


La inclusión financiera, entendida en este sentido amplio, no es un tema lejano ni meramente técnico. Es una pieza central para la dignidad y la proyección de miles de familias. Cuando se instala con perspectiva de género y mirada comunitaria, deja de ser un trámite bancario y se transforma en una política de cuidado del tejido social.


Para que este esfuerzo siga generando impacto concreto, necesitamos colaboración. Apoyar iniciativas que integren financiamiento, formación y redes es apostar por transformar, de manera duradera, la vida de las comunidades más vulnerables.


María José Madariaga

Directora Ejecutiva

Fundación Crecer

europapress