El país profundiza una dañina polarización política mientras, al mismo tiempo, subsisten problemas vigentes de hace mucho así conllevando incertidumbre y frustración a la ciudadanía. Las redes sociales son testimonio de las más bien furiosas argumentaciones de un lado y otro, que no encuentran un accionar contemporizador de las autoridades políticas gubernamentales y parlamentarias. Se ha perdido el centro político del país, lo cual es reafirmado por la reciente decisión de la Democracia Cristiana en orden a apoyar una candidatura comunista. Según el diagnóstico de quienes han respaldado esta decisión, es porque el partido no se puede quedar en el pasado; de acuerdo a otros, la misma se justificaría porque el comunismo se ha ido haciendo capitalista y ello ya no justificaría una acción distinta a la adoptada. Como sea, la desaparición de la DC no contribuye sino a profundizar la polarización que sufre el país, lo cual es grave especialmente cuando se leen las conclusiones del último Congreso del Partido Comunista de Chile, donde no se aprecia un cambio sustantivo ni en su diagnóstico sobre la realidad chilena, ni en su programa político respecto de lo que expresaba décadas atrás.
En el pasado, un proceso similar de desaparición vivió el Partido Radical, hoy prácticamente ausente, así contribuyendo de modo dramático a la polarización que ya venía generándose en el país. Hoy, el problema es aún más significativo, cuando a dicho proceso del eclipsar del centro político parece sumarse el llamado “socialismo democrático”, perdedor en las últimas primarias que llevó adelante la izquierda. Como sea, la desaparición del centro político es causa y resultado de la polarización progresiva que se ha ido presentando en el esquema político chileno, y que la ciudadanía resiente con desconcierto.
El país viene sufriendo problemas muy serios que no pueden ser debidamente abordados en este escenario de quiebre y confrontación. Se precisan acuerdos para avanzar en materias tan graves como delincuencia, inmigración ilegal y corrupción. También para las consecuencias del más lento crecimiento, como es el relativamente alto desempleo, especialmente de mujeres, y la baja inversión nacional. Más allá, poco se ha mejorado en materia de salud pública y de educación pública, campos ambos en que abundan las manifestaciones de profunda decepción. Y por cierto, permanecen los problemas de las bajas jubilaciones que se mantienen como un gran reto en ausencia de una reforma profunda del sistema y del propio escenario de gasto público. Más allá de eso, el país necesita una profunda reforma política que aborde el tema de los partidos y de las agendas que transformen el sistema de decisiones sobre asuntos de Estado. Frente a todo esto, las discusiones programáticas son débiles sino inexistentes, así alejando todavía más a la ciudadanía de la política y sus discusiones recursivas sobre temas alejados de las prioridades por ella sentidas.
Se me recordó una antigua obra de teatro llamada “Los árboles mueren de pie “ lo cual es aplicable al caso de los partidos políticos. Mueren de pie porque ya no le importan a nadie, pero permanecen erguidos, con una vida que se proyecta artificialmente. Pasó con todos los partidos que han muerto por falta de trascendencia, pero sin dar paso a la extinción de directivas y sus negociaciones y acomodos para tener ciertas situaciones de poder. Es hora de sincerar la situación y emprender una reforma del sistema de partidos que contribuya a ordenar lo que es parte esencial de una democracia. Es hora de que la política vuelva a posicionarse como un valor para la ciudadanía.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central