Nunca había ocurrido un evento climático como aquél que sufrió Santiago y otras localidades del país hace más o menos diez días. Lluvias verdaderamente torrenciales han arreciado en distintos puntos del país, y en la Región Metropolitana han creado dramáticas situaciones emergencia con perjuicio para distintos tipos de instalaciones habitacionales y de servicios. Pero lo verdaderamente excepcional fueron las arremetidas de un viento que nunca se había observado en la intensidad y magnitud del que cobró vida hace poco. Arrasó con todo a su paso, especialmente en la ciudad y territorios cercanos; los expertos han dicho que una tormenta de este tipo no se había observado desde que se tienen registros. Ciertamente, nada había preparado para enfrentar el verdadero desastre desatado, y las instalaciones eléctricas sufrieron el embate de árboles caídos, postes y tendidos desbaratados y un verdadero caos en calles y avenidas. Por cierto culpar a ENEL y otras empresas distribuidores de energía, no hace ningún sentido ante lo excepcional e intenso del evento ocurrido.
Por cierto aquí hay responsabilidades compartidas en cuanto a la persistencia de los problemas ocasionados, En muchos casos los tendidos eléctricos sucumbieron por el impacto de árboles y ramas que no había experimentado ninguna mantención por parte de las entidades públicas responsables. También porque nadie esperaba una tormenta de la magnitud observada y la mantención nunca se hizo a los niveles más conservadores posible, previendo un impacto mayor de las condiciones climáticas. En otros casos, como ha sido observado, simplemente no se hizo mantención adecuada de la vegetación ni de las instalaciones públicas urbanas, que fueron fácil presa del viento y la lluvia. Por eso, una lección que se extrae de esto es la necesidad de mantener en buenas condiciones la vegetación e instalaciones urbanas, aunque siempre será imposible prever la ocurrencia de eventos climáticos mayores.
ENEL respondió con lentitud ante la emergencia a pesar de que no podía estar preparada ante un evento climático de la magnitud del observado. Pero la tarea de recuperar las conexiones y restaurar el servicio a domicilios y empresas, se hizo con aparente lentitud y ocasionó múltiples consecuencias y entendibles protestas ciudadanas. Es cierto: no se podía tener cuadrillas preparadas de antemano y hubo de enfrentarse el desastre con una estrategia de llamados a enrolar personal. La recuperación del servicio no dependía, sin embargo, solamente de esta acción de ENEL sino también de la imposibilidad de recuperar tendidos debido a un daño mayor en las instalaciones. Al parecer tampoco funcionó bien el enlace y coordinación con los servicios públicos responsables, como es el caso de las municipalidades. Una gran lección de todo esto es que las empresas distribuidoras deben revisar sus protocolos de respuesta ente emergencias sobre todos aquellas de magnitud.
Hay llamados a revisar el contrato de concesión. Otros a simplemente expropiar para que sea el estado quien administre la distribución. Obviamente hay dos temas que considerar: los recursos que esto demandaría y los que se necesitarían para que el estado pueda hacerse cargo de la gestión. No hay que olvidar, además, que existe una tríada de empresas en generación, transmisión y distribución, que ha de ser tenida en cuenta para futuras acciones. Los discursos inflamados pueden dar lugar más bien a considerar la imposición de multas y de compensaciones a los consumidores más perjudicados. Esta sería una manera justa y realista de poder enfrentar la secuela de consecuencias traídas por la fatídica tormenta.
Prof. Luis A. Riveros,
Universidad Central