En la actualidad, la salud mental en el entorno laboral se ha convertido en un tema de creciente preocupación, en especial entre los jóvenes. Aunque la visibilidad de estos problemas ha aumentado, el estigma asociado a hablar abiertamente sobre el estrés, la ansiedad y la depresión sigue siendo un obstáculo significativo. Este estigma no sólo afecta el bienestar individual, sino que también tiene un impacto considerable en la productividad y la sostenibilidad de las empresas.
La generación Z y los millennials, quienes representan una parte importante de la fuerza laboral, se ven particularmente afectados. Según la reciente Encuesta Gen Z y Millennial 2024 de Deloitte, revela que el 40% de los miembros de la generación Z y el 35% de los millennials dicen sentirse estresados todo o la mayor parte del tiempo. Además, existe el temor de admitir problemas de salud mental que puedan derivar en discriminación por parte de sus superiores, creando así un ambiente donde los problemas de salud mental no se abordan de manera adecuada, perpetuando un ciclo de agobio y ansiedad.
Las empresas tienen una responsabilidad crucial en cambiar esta dinámica. Primero, es esencial que normalicen las conversaciones sobre salud mental, lo que puede comenzar con la creación de entornos seguros donde los colaboradores se sientan cómodos compartiendo sus experiencias y sin temor a represalias.
Por otro lado, es necesario que los líderes jueguen un papel transformador. La comunicación abierta y horizontal con los colaboradores puede reducir la brecha generacional y fomentar una cultura de confianza. Los liderazgos que no promueven estas cualidades corren el riesgo de que se quiebre la comunicación e, incluso, de aumentar la desconfianza, haciendo que los jóvenes sean más propensos a abandonar sus trabajos o comprometer su productividad.
Otro aspecto crítico presentado en el estudio es el equilibrio entre la vida laboral y personal. Para muchos, este equilibrio es el criterio principal al elegir el lugar de trabajo. Sin embargo, las largas jornadas laborales y la falta de control sobre el lugar y las condiciones de trabajo son factores que contribuyen de forma significativa al estrés de las nuevas generaciones. Por otro lado, las políticas de regreso a la oficina también han demostrado tener resultados mixtos, aumentando la presión en algunos casos. Ante ello, es relevante que las empresas puedan considerar la flexibilidad laboral no sólo como una ventaja competitiva, sino como una necesidad para mantener el bienestar de los colaboradores.
Estos nuevos estudios que le toman el pulso a la relación entre la vida personal y laboral de quienes hoy ingresan al mercado sólo vienen a reforzar algo que ya sabemos: Invertir en la salud mental no es sólo una cuestión de responsabilidad social; es también una decisión económicamente inteligente. El estrés tiene un costo económico elevado, y abordarlo de manera proactiva puede mejorar la productividad, fomentar la creatividad y la innovación, y en última instancia, hacer que las empresas sean más sostenibles, por lo que dedicar recursos a programas de salud mental y medir su efectividad puede ofrecer un retorno de inversión de gran impacto para las empresas.
Jorge Fuentes,
Psicólogo y Director de Pranavida