¿Cuándo una reforma tributaria es mala?

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Germau0301n Pinto

Le pregunté a un amigo cómo consideraba la reforma tributaria que fue rechazada en la Cámara de Diputados y Diputadas el miércoles pasado, a lo cual me respondió entonando la canción de Marc Anthony: era ¡mala, mala y cara!


Luego de reírme un buen rato por su histriónica respuesta, reflexioné sobre los criterios objetivos para realizar una evaluación de un proyecto de esta naturaleza.


Recalco el aspecto de “criterios objetivos” porque no tengo la más mínima duda que el rechazo de la Cámara fue resultado de una motivación política.


Lo primero que es necesario precisar para valorar una ley tributaria, es reconocer que ésta no es un fin sino una herramienta que busca un objetivo final, éste es, lograr la satisfacción de necesidades sociales. En otras palabras, no es importante que se rechace o se aprueba una ley, sino que se solucionen los problemas de la población, los cuales solo es posible a través de recursos. Ahí nace la pregunta obvia ¿dónde sacamos esos recursos? Para lo cual hay dos respuestas: Del crecimiento del país o de los contribuyentes.


Cuando un país crece disminuye la pobreza, aumenta el ingreso per cápita, aumenta en PIB y, derivado de aquello, aumenta la recaudación. De esto, hay evidencia empírica porque en estos tan vilipendiados 30 años de democracia, el 80% de la recaudación fiscal proviene del crecimiento de nuestra economía.


El aumento del PIB se obtiene del aumento de las ventas de las empresas que se logra con mayor inversión. La mayor inversión implica contratar más personas que recibirán más remuneraciones, como también habrá mayor consumo de servicios públicos. Todo esto, redunda en mayores ingresos para todos los sectores. Ahora bien, ¿eso garantiza que haya mayor equidad? la respuesta es no necesariamente, pues es necesario que exista una autoridad que regule, evite abusos y garantice el crecimiento que derive en un “desarrollo” parejo para todos los sectores. Esto también se logra con transferencias que provienen de la mayor recaudación que permite ese crecimiento.


Si el crecimiento es sostenido y constante, es posible proyectar la generación de recursos que podrán ayudar a satisfacer en gran cantidad las necesidades sociales. En todo caso, como las necesidades son crecientes e ilimitadas, nunca terminarán, solo menguarán.


De esta forma, el crecimiento es la herramienta que permite la solución de los problemas a través de mayores ingresos para las familias y, tangencialmente, una mayor recaudación para dotar al Estado de herramientas que permitan mayores equilibrios.


La mayor recaudación, también es una herramienta que provee a la autoridad de los recursos, pero sin estar acompañadas del crecimiento. Es más, la mayor recaudación a través de un incremento en la carga tributaria de los agentes económicos, puede generar un freno al crecimiento al desincentivar la inversión y el ahorro. Esto no es una apreciación antojadiza, sino lo que señala la evidencia empírica de más de 50 años de historia económica mundial.


La mayor recaudación a través de la eliminación de exenciones puede generar solución a distorsiones y a ineficiencias en la economía.


El incremento de las arcas fiscales a través de la ampliación de las bases imponibles puede generar distorsiones, porque pueden existir estructuras de negocios que se vean entorpecidas por una nueva afectación impositiva.


El obtener mayores recursos fiscales a través del aumento de las tasas, puede ahogar emprendimientos incipientes, disminuir la rentabilidad de los proyectos de largo aliento y provocar la huida de capitales, hecho que Adam Smith señaló claramente en su obra La Riqueza de las Naciones en el Siglo XVIII.


Por otro lado, nada nos garantiza que entregar más recursos líquidos al Estado, logre la satisfacción de las necesidades sociales de una forma sostenible, pues cada peso nuevo que ingresa a las arcas fiscales, es destinado en un 30% a burocracia y un 70% a gasto social. Este 70% se distribuye en previsión (mayoritariamente), salud, vivienda y educación. Es decir, la nueva recaudación debe ser destinada, por ley, a una serie de conceptos y solo un porcentaje relativamente menor a la satisfacción a carencias sociales particulares.


Otra desventaja de la mayor recaudación fiscal, es que su fuente son los contribuyentes cuya riqueza, que ha sufrido un quebranto por la mayor carga tributaria, se ve disminuida o simplemente muerta cuando la imposición ha dejado perjudicado algún emprendimiento o cuando la incorporación de una nueva tributación (como el IVA a los servicios) genera distorsiones que desmejoran un mercado. Esto evidencia que la recaudación solo se sostiene si hay ingresos, los cuales solo son constante cuando hay políticas que propugnan el crecimiento y derivan en mayor desarrollo.


Es mi opinión que, técnicamente, la reforma tributaria que fue rechazada la semana pasada estaba en esta segunda categoría de herramientas, pues el hecho de establecer un alza en la carga tributaria tal como lo definía el proyecto, a través de estrategias como el impuesto al patrimonio y otras normas similares, representaban un cúmulo de políticas que no tenían un sustento empírico de eficiencia y terminaría siendo muy cara su implementación para el país.


Creo que aún es tiempo para volver a discutir el diseño de otras “herramientas” que deben ser evaluadas de acuerdo a su eficiencia considerando su estabilidad en el tiempo a través de un crecimiento constante que permita lograr los recursos para satisfacer las necesidades sociales, que son el verdadero fin de toda política tributaria, y no la elaboración de una herramienta cuya eficiencia, a la luz de los dos parámetros que he comentado, resulta ineficiente.


Prof. Germán R.Pinto Perry

Director Magíster en Planificación y Gestión Tributaria

Centro de Investigación y Estudios Tributarios NRC

Universidad de Santiago

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