Nuestra autodestrucción

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Luis Riveros

Es muy frustrante observar las condiciones de la ciudad de Santiago en materia de su aspecto físico y formas de convivencia. Todos hemos sido testigos de su afeamiento progresivo y del virtual cierre de muchas actividades, además con espacios tapiados como verdaderas fortalezas para evitar las desgracias de saqueos y asaltos. Los “pintarrajeos” dominan los espacios públicos, mostrando desorden y suciedad que no dejan de llamar la atención a los visitantes que creen que somos un país civilizado en que se respetan los espacios comunes. A todo esto se suma el espectáculo del comercio informal, que llena el centro de la ciudad, a vista y paciencia de la autoridad, y donde dominan unas verdaderas cocinerías ambulantes instaladas en carros de supermercado y ofreciendo alimentos cuyo origen y normas de procesamiento parece estar lejos de cualquier control sanitario. Adicionalmente, se encuentran las viviendas instaladas en las calles, avenidas y plazas, que constituyen una verdadera muestra de miseria, de falta de sanidad y de falta de respeto con la población y las personas mismas que viven en esas condiciones. Aparentemente nos hemos ido acostumbrando a los espectáculos tan indeseables que nos brinda la actual condición de vida en la ciudad, y la forma en que ello constituye una afrenta diaria a nuestra calidad de vida, al derecho de disfrutar de la ciudad y sus instalaciones públicas, y al respeto que nos debemos unos a otros y que se pasa a llevar de manera tan indigna. El entorno de la Plaza Italia constituye quizás el ejemplo más patético de lo que estamos hablando, en donde prima una decadencia que muchos porfían en mantener y acrecentar, quizás como indebido testimonio de protesta e inconformidad.

A todo lo anterior se debe sumar las condiciones de seguridad en que desenvolvemos nuestra vida en la ciudad. Los asaltos son una amenaza permanente, haciendo que el tránsito por ciertos sectores sea prácticamente inviable a ciertas horas del día. Los ciudadanos deben refugiarse en sus casas a horas determinadas para no exponerse a la maldad que puede no sólo quitarle sus pertenencias, sino también la vida. El número de acciones delictuales sigue creciendo, en medio de la poca disponibilidad de policías y débiles organismos de seguridad. Nadie está tranquilo ni siquiera en sus casas, rodeada de rejas y protecciones que simbolizan el riesgo permanente que se vive.

Una ciudad sucia y peligrosa, eso es lo que es Santiago actualmente, frente a esfuerzos de las autoridades que rinden insuficiencia. No hay una decisión clara, especialmente después de que una alcaldesa definió el momento como una “democratización del espacio público”, un claro eufemismo para justificar la inacción frente a lo que ocurre a diario en el centro de la ciudad. Si no se enfrenta esto de una manera decidida, no sólo seguiremos siendo un triste espectáculo frente a visitantes y observadores, sino que seguiremos poniendo en ventaja a quienes violan las leyes, por sobre el ciudadano y su calidad de vida.

Monterrey, ciudad al norte del México, ofrece el contraste más grande con nuestra vapuleada ciudad. El país vive condiciones muy similares en materia económica y social, con retos bastante parecidos en materia política. Sin embargo, no ha aparecido el fenómeno del “octubrismo” que ha conducido a la protesta sin propuesta, y que ha vaciado todo el odio contra la ciudad y sus instalaciones. En Monterrey no se ven graffitis que dominen las calles, ni un comercio ilegal e informal incontrolado. Con problemas parecidos del punto de vista de la inmigración ilegal y la delincuencia, el país ha logrado controlar estos problemas con decisión para proteger una buena calidad de vida. Hay política pública y ello produce una ciudad limpia por doquier. Existe una población universitaria de cerca de un millón de jóvenes, pero que también mantienen a sus campos limpios y ordenados, con gran dedicación a la tarea principal, que es estudiar y desarrollar competencias a través de un bien calificado trabajo académico.

Cuando se busca en los orígenes de este agudo contraste, el tema fundamental parece radicar en que México nunca ha descuidado la educación desde el nivel más básico hacia arriba. La educación inculca valores tales como respeto y buena convivencia social, transformados en verdaderos capitales que un país necesita proteger. Eso es lo que perdimos los chilenos, en medio de tanto discurso que en realidad dejó de lado lo más fundamental: le necesidad de educar para respetarnos unos a otros y de comprender la vida en sociedad como una acción siempre de beneficio mutuo.


Prof. Luis A. Riveros

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