El legado de la pandemia

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Luis Riveros

La pandemia del COVID19 nos ha afectado terriblemente como sociedad. No son sólo las pérdidas de vidas humanas y el sufrimiento que envuelven los contagios y sus tratamiento, sino también el cambio en las conductas que la protección individual y grupal ha inducido. El aislamiento, las normas de distanciamiento y la mirada con sospecha hacia los demás, son cosas que están afectando severamente nuestra conducta social, y anuncian que se quedarán para siempre. Seremos una sociedad más que nunca basada en la desconfianza y en el más innegable individualismo, donde cada vez será más difícil pensar en el “nosotros”, y más obvio el resaltar solamente el “yo” o el círculo familiar más restrictivo. Todo ello está, sin lugar a dudas, afectando la salud mental de todos: los unos por la amenaza inminente de verse infectado, los otros por ser víctimas de las normas protectivas que han inducido la imposibilidad de trabajar o de atender las obligaciones más fundamentales. Las víctimas son los trabajadores que han perdido su empleo producto de las difíciles circunstancias sanitarias y la severa restricción en materias productivas. También sectores prácticamente paralizados, como el de servicios, especialmente de turismo y transporte, y una educación que funciona con severas restricciones y en muchos casos simplemente no lo hace. Nuestros niños y jóvenes son víctimas destacables en las actuales circunstancias, recibiendo una educación a medias y algunos ni siquiera recibiéndola. Todo ello a pesar de las plata formas comunicacionales, de la capacitación docente y de las normas que han llevado a instaurar sistemas más efectivos de educación a distancia. Pero nada reemplaza la cercanía humana, el contacto entre personas, le necesidad de sentir la cercanía de maestros y compañeros como parte fundamental del aprendizaje y como factor vital en el proceso de socialización que una buena educación conlleva.

La negativa e importante carga en salud mental que sufrimos los chilenos, es notoriamente incrementada por la difusión de variadas especulaciones que abundan en materia del virus, de su tratamiento y propagación. Hay quienes afirman, simplemente, que el virus no existe y alegan que se trata solamente de una amenaza creada para ejercer control sobre la gente. Son éstos los mismos quienes argumentan que las vacunas no son sino artilugios para instalar un “chip” en cada persona, favoreciendo el proceso de control humano con fines inconfesables. Así, se argumenta que las vacunas no son necesarias, mientras otros agregan que se trata de una simple experimentación con seres humanos, y que todo lo que habría que hacer es esperar que el virus desaparezca por “desatención”. También argumentan que las vacunas no han sido suficientemente ensayadas o investigadas, lo que haría mucho más discutible su ya generalizada aplicación. Todo esto, que es cuestionado por médicos y científicos en su mayoría, siembra una enorme duda en la población, lo cual subyace a la exposición que se hace al riesgo a través de las conductas sociales. Todos hemos visto las largas filas en malls y centros de entretención, que en gran medida se producen por la necesidad de darle un “sacudón” a las angustias que ha traído el virus, y por el crédito que se da a esas afirmaciones disidentes que causan, de esta forma, un daño significativo.

Y tras de toda esta compleja circunstancia, se sitúa un debate político que trata de sacar partido de las situaciones que se asocian a la pandemia y sus efectos. Se acusa a la autoridad de haber conducido “mal” la situación, sin especificarse que debería haberse hecho en su lugar. Si se abre la actividad comercial, ello se encuentra malo por el riesgo de contagio; si se cierra, ello se encuentra errado por los efectos en la calidad de vida de las personas. Si se sigue cerrando la educación presencial, ello se encuentra malo porque perjudica a los más pobres con efectos muy negativos en el largo plazo. Si se abre la educación, ello se encuentra inadecuado por los riesgos inminentes de infección. Del mismo modo, con respecto a la decisión de efectuar votaciones en presencia de altos contagios, incluso suspendiendo las cuarentenas en muchos casos. Ello se encuentra bueno del punto de vista de respaldar nuestra democracia, pero malo del punto de vista de propiciar mayores contagios, como parece haber sido el caso. Una cuestión es vital en estas controversias: la autoridad debe tomar decisiones, que siempre han de implicar riesgos y aspectos negativos. Lo peor es no tomar ninguna decisión y dejar que las cosas sigan simplemente su curso.

No puede hacerse utilización política de la situación que vivimos. Organismos gremiales deben apoyar a la autoridad o hacer aportes para mejorar las complejas decisiones, pero no hacerse a un lado como lo ha hecho el Colegio Médico. El drama que vive Chile no merece la desorientación que induce un debate que se ubica lejos del interés del chileno medio por disminuir el negativo impacto de esta pandemia en nuestras vidas. Debemos evitar que el negativo legado de la pandemia en nuestra calidad de vida y normas de convivencia, sea incrementado por prácticas nocivas de la controversia política coyuntural.


Prof. Luis A. Riveros

europapress