​¿Una nueva derecha social?

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Rodrigo Barcia OK

En esta semana varios analistas han felicitado al gobierno por haber leído adecuadamente el sentir de la ciudadanía, proyectando las reformas de Bachelet. Ossandón nos ha dado una clase de estrategia política desarmando al bacheletismo al quitarle su bandera de lucha: educación pública y gratuita. Ossandón se nos presenta como el gran Napoleón de la política chilena.

Y, a renglón seguido, se nos señala una explicación sorprendentemente superflua: Piñera que tenía un escueto apoyo en primera vuelta de un 34%, logra ganar en segunda vuelta con un 54,5%, y el bacheletismo es arroyado con un minio 45,4% de apoyo. ¡La mayor derrota electoral de la historia del ex conglomerado de centro izquierda!

El gobierno parece haberse convencido de ello, y sin una mayor discusión nacional, con estudios serios y proyecciones sobre la inversión futura y el real aporte de la iniciativa privada en la educación superior, no sólo no echa atrás el lucro, sino que además establece la gratuidad para gran parte del sistema.

¿En el Palacio de La Moneda pueden estar tranquilos que han desarmado a la oposición?, pero ¿en realidad es acertado este diagnóstico? Me temo que no. La verdad es que efectivamente el real apoyo a Piñera era de un 34%. Su aumento no se debió a una estrategia electoral, como nos quiera hacer creer Ossandón, sino al rechazo de las reformas de Bachelet. La votación de la elección presidencial tampoco es un apoyo a Piñera, sino que es un castigo a la inoperancia de la Nueva Mayoría. Y este rechazo no sólo se debe al escueto crecimiento de aproximadamente un 1,7% del PIB, el más bajo de la historia reciente, la destrucción de la inversión o el aumento de la deuda pública, un verdadero desastre económico. El gobierno de la Nueva Mayoría generó tres veces menos crecimiento del proyectado a fines del primer gobierno del Presidente Piñera, tres veces menos empleo, tres veces menos sueldos, etc. En definitiva, la gente percibió que el cambio de rumbo estaba arruinando al país.

Ese resultado económico tiene una explicación: sus reformas estructurales y, entre ellas, una de las más nefastas ha sido la que se impulsa hoy en Educación Superior.

Sin embargo, cuando uno hace una crítica tan fuerte a la referida reforma tiene que señalar la alternativa. Y ella se levanta sobre dos pilares: El primero, un sistema de créditos blandos para los últimos quintiles con aranceles no fijados, y así evitar que el sistema de gratuidad segmente aún más la educación superior (universidades sin gratuidad para ricos y universidades gratuitas para gente con menos recursos). El segundo, la acreditación de universidades, Facultades, Escuelas e Institutos por parte de profesores de entidades mixtas ojalá no ligadas a planteles de Educación Superior. A esto debió sumarse una regulación del gobierno corporativo de las universidades que impida los problemas de agencia que tiene empantanados varios proyectos educativos.

Por otra parte, como lo han señalado porfiadamente expertos como Brunner y Waissbluth, si se quiere evitar la segmentación, los escasos recursos del Estado deben ir a la educación parvularia, primaria y secundaria. No se puede pretender generar mayor igualdad desde las universidades, si es que los últimos quintiles no están preparados para afrontar la educación universitaria.

Este error de diagnóstico del gobierno sólo potenciará a la oposición más radical, que ahora ya desechó un sistema de mercado en la educación superior y que seguirá con su impulso destructor de mercados.


Rodrigo Barcia Lehmann

Dr. en Derecho, profesor investigador

Facultad de Derecho

Universidad Finis Terrae

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