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Pía Bartolomé |
Las empresas familiares tienen, entre muchas otras virtudes, la capacidad de trascender generaciones, combinando tradición y visión de futuro. Su sostenibilidad, sin embargo, no solo depende de estrategias de negocios o de un buen gobierno corporativo, sino también del manejo del capital humano y la adaptabilidad de sus miembros al ciclo familiar y empresarial. En este contexto, las mujeres desempeñan un rol, muchas veces silencioso, pero profundamente determinante para la cohesión, la continuidad y la estabilidad del legado del fundador/a.
Se nos vino marzo y, con ello, después de las vacaciones retomamos el rigor del nuevo año con energías recuperadas, algo de calma tras la presión del fin de 2024 y, también, una relativa pausa a los conflictos laborales y el estrés diario.
Cuando hablamos de empresas familiares, no hay dos opiniones sobre la mayor complejidad de sus interacciones y el peso de las historias compartidas, que determina el vínculo entre sus ejecutivos. Conductas como la transferencia, proceso en el cual pensamientos, sentimientos y comportamientos aprendidos en un entorno (familiar) se activan en otro (empresarial); la transposición (que abordamos en la columna anterior); y el ejercicio de autoridad, el orden de nacimiento y el género de los miembros de la familia, entre otros, son dinámicas que incidirán en las relaciones y en la evolución del negocio familiar.
Hace unos días, Bernardo Larraín Matte puso de relieve la mirada de largo plazo que caracteriza a las empresas familiares, cuyo horizonte no se fija en años sino en, al menos, décadas. Algunas de las claves que sustentan esa proyección son el orgullo y sentido de pertenencia del negocio familiar, la responsabilidad con que los miembros asumen los desafíos, una cultura o esencia que perdura y, por supuesto, la capacidad de tomar decisiones efectivas antes que rápidas.
La dificultad de comunicarse cara a cara con los hijos es una temática recurrente en reuniones de apoderados o en instancias sociales con parejas de padres. La digitalización de las relaciones entre los jóvenes, donde parece más cómodo y a la mano chatear o jugar en línea con amigos que establecer conversaciones reales, ha complejizado la vinculación padres / madres – hijos / hijas. Cada una de las partes se siente mejor en su realidad presencial y virtual, respectivamente, a la hora de resolver conflictos o, incluso, ponerse de acuerdo en asuntos cotidianos de la vida familiar.
Ad portas de celebrar Navidad, y a partir de la experiencia de asesoría con algunas familias empresarias teñidas por la presencia de algún miembro con una desmedida ambición empresarial y una ética algo “flexible”, se nos viene al recuerdo el odioso personaje de Charles Dickens en su clásico A Christmas Carol, que ha inspirado a su vez al cine y a nuevas fantasías sobre los peores enemigos de la fiesta del nacimiento de Jesús.
Las emociones son un ingrediente maravilloso que nos preparan para la vida; nos dan una sazón coherente con nuestras vivencias y, sean estas agradables o desagradables, siempre tienen un propósito beneficioso. Pero ¿qué sucede cuando esas experiencias ingratas se anclan a nuestra memoria trayendo consigo, de tanto en tanto, el recuerdo de quienes la provocaron? Es un indicador de que ese pasado no ha sido resuelto y por lo tanto sigue afectando, en un tono más negativo que positivo, esa relación.
Gran parte del éxito de las empresas familiares reside en un vínculo filial sólido, que evoluciona y se enriquece junto al negocio, para proyectar el legado del fundador, involucrar la mirada y aporte de las nuevas generaciones y darle sentido de trascendencia. Paradojalmente, es en ese mismo núcleo donde se sostienen, muchas más veces de lo que imaginamos, las tramas más complejas de recelo, desconfianza y frustración que impiden avanzar a tantos otros emprendimientos.
Si me lo permiten, podría resumir el quehacer de una empresa en dos palabras: recibir y dar. Recibir -a través de diversos medios- los recursos (insumos, materia prima, personas) necesarios, para dar empleo; sus servicios y/o productos. A todo lo que sucede entre esas dos palabras le llamaremos procesos, un sinfín de actividades realizadas por personas que reciben y dan, esforzándose por que los resultados sean, en lo posible, los esperados.
Todo fundador/a sueña con perpetuar su legado por muchas generaciones, para bienestar de sus seres queridos. Y la experiencia nos dice que la confianza es, para muchos, el elemento clave que ayuda a disipar los temores asociados a dejar en los herederos lo que tanto esfuerzo les ha costado.