En diciembre de 2019, en la ciudad china de Wuhan, se detectaron los primeros casos de una neumonía desconocida. El 3 de marzo de 2020 se confirmó el primer caso en Chile y, pocos días después, el 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente la pandemia de Covid-19. Lo que siguió fue una crisis sanitaria, social y económica sin precedentes en un siglo.
El impacto fue devastador. Millones de vidas se perdieron en todo el mundo y las tasas de mortalidad reflejaron de manera brutal las inequidades sociales: en Chile y en muchos otros países, los grupos de menores ingresos sufrieron más contagios y más muertes. La economía global se contrajo drásticamente, con pérdida de empleos, quiebras y un aumento de la pobreza. La salud mental se resintió fuertemente.
Los sistemas de salud revelaron sus debilidades: fragmentación, insuficiencia de recursos humanos, falta de preparación y escasez de insumos críticos. Sin embargo, el desarrollo y despliegue rápido de vacunas seguras y eficaces fue un logro científico sin precedentes que evitó millones de muertes, aun cuando la distribución desigual de estas también se convirtió en un recordatorio de las profundas brechas globales. Esta experiencia justificó una reciente reforma al Reglamento Sanitario Internacional para asegurar una respuesta más equitativa y coordinada frente a futuras emergencias sanitarias.
Hoy, cinco años después, el virus sigue mutando y circulando de manera no estacional y, lejos de desaparecer, se ha convertido en un patógeno endémico que afecta a personas de todas las edades, en cualquier clima o región. La lección es clara: debemos convivir con él, reforzando la vigilancia epidemiológica y manteniendo estrategias de prevención y vacunación actualizadas.
Los aprendizajes más importantes incluyen: la necesidad de sistemas de salud robustos y universales, de cooperación internacional genuina, de continuar mejorando marcos normativos globales más exigentes y vinculantes, de priorizar la equidad en las respuestas sanitarias, y de integrar la salud mental como un componente esencial de las políticas públicas. La pandemia fue una advertencia. Ignorar sus lecciones sería prepararnos para fracasar en la próxima crisis.
Osvaldo Artaza
Decano Facultad de Salud y Ciencias Sociales
Universidad de Las Américas