Probablemente ya has “soportado” este intrusivo y repetitivo anuncio que parece perseguirte en cada pantalla, desde la televisión hasta el último rincón de las redes sociales, como si quisieran grabar su eslogan “patriótico-importado” a fuego en tu inconsciente, pese a que ni siquiera seas el público objetivo. O tal vez —y aquí la sospecha es inevitable— para ellos todos los latinoamericanos somos exactamente lo mismo, de ahí la estrategia a granel. Cualquier tomador de decisiones serio comenzaría por preguntarse: ¿Estamos ante una estrategia con impacto real o simplemente frente a una dosis calculada de miedo para moldear percepciones más que realidades?, ¿se busca realmente frenar la migración irregular o fabricar un enemigo conveniente para fines electorales? y ¿qué tan contraproducente puede ser un mensaje diseñado para otros, pero impuesto a una audiencia masiva?
En el mundo empresarial, cuando uno detecta un problema que afecta al 1,5 % de su mercado, lo aborda con precisión quirúrgica: identifica causas, ajusta procesos, corrige ineficiencias. Lo que no hace es gastar cientos de millones en un espectáculo para convencer a todos de que ese 1,5 % es una amenaza existencial. Pero la política juega con otras reglas, y esta campaña particular, es un caso de manual de Teoría de la Elección Pública: decisiones justificadas como interés nacional que, en realidad, maximizan dividendos políticos. Gastar hasta 200 millones de dólares en anuncios que proclaman “Te encontraremos y te deportaremos” (a granel) no solo busca frenar la migración irregular, sino también posicionar a la gestora como rostro de mano dura ante el electorado con código postal que tiene tatuadas las barras y las estrellas.
La economía del comportamiento explica la otra mitad del guion: no importa que menos de dos de cada cien latinoamericanos vivan sin autorización en EE.UU.; lo relevante es generar la percepción de que el riesgo es masivo y urgente. El mensaje está diseñado para activar heurísticas de amenaza y miedo, un recurso tan viejo como efectivo para movilizar emociones y votos. Y como en toda buena campaña emocional, los datos se convierten en ruido de fondo. Pero si el control migratorio es, en teoría, un bien público, aquí aparece el problema del Free Rider: todos se benefician de la supuesta reducción de migrantes irregulares, pero el coste lo asume el contribuyente estadounidense. El giro irónico es que la “solución” propuesta —autodeportación voluntaria inspirada por spots televisivos— puede no producir beneficios tangibles proporcionales al gasto, pero sí alimenta la sensación de acción inmediata. ¿A quién le importa su efectividad?
Desde la economía política internacional, el despliegue mediático es también un movimiento de poder: proyectar fortaleza hacia el exterior, enviar una señal a México, Guatemala, Honduras, El Salvador y la región en general, de que EE.UU. controla su frontera y dicta las reglas. El riesgo estratégico es evidente: dañar relaciones comerciales y diplomáticas con vecinos que son, a la vez, socios económicos y parte esencial de cualquier solución migratoria sostenible efectiva. Y todo esto está envuelto en un impecable ejercicio de teoría de la señalización: gastar decenas de millones en propaganda es un mensaje en sí mismo. No se trata solo de lo que se dice, sino de cuánto se está dispuesto a invertir para demostrar determinación. En el mundo corporativo, un gasto así exigiría un retorno medible; aquí, el retorno es la imagen de fuerza, aunque el problema real sea estadísticamente pequeño y se disperse en la masa a quien no va dirigido.
¿Será efectivo o la migración ilegal trabaja con otros códigos e incentivos?, ¿es conveniente apuntar a la masa?
El resultado final es una jugada brillante en términos de marketing político, pero cuestionable desde la gestión estratégica. La campaña se alimenta de la controversia, usa la indignación como multiplicador gratuito de cobertura mediática y convierte a un fenómeno minoritario en un adversario gigante. Como director de empresas, puedo admirar la audacia de la estrategia y, al mismo tiempo, señalar su miopía: porque después de la última cuña y titular, las cifras seguirán ahí, recordando que se gastó más en el relato que en resolver la causa. En el balance final, la verdadera pregunta no es cuántos migrantes ilegales dejarán de cruzar, sino cuántos votos se ganarán a costa de convertir cifras pequeñas en amenazas gigantes.
Por Guillermo Ramírez Sneberger, presidente de Cambridge Business Association (CBA)