Sr. Director,
En la era de la digitalización, cualquier persona con un teléfono y acceso a internet puede compartir sus ideas con el mundo. Con el tiempo, muchas de estas voces espontáneas lograron formar comunidades que valoran su mirada y participan activamente de sus contenidos.
Hoy, esos creadores —los influencers— no solo recomiendan productos, experiencias o consejos; también inciden en las preferencias, valores y decisiones de quienes los siguen.
Antes, los líderes de opinión eran periodistas, críticos o celebridades. Para recomendar un cepillo de dientes se requería ser dentista y, para entregar una receta, la referencia natural era un chef. Provenimos de una cultura que valora la reputación y experiencia.
Hoy, en cambio, pueden convertirse en un referente especialista de los consumidores. A un solo clic de distancia y con comunidades que pueden llegar a millones de personas, los influencers se han posicionado como figuras con capacidad real de orientar decisiones en prácticamente todos los ámbitos de la vida.
El artículo 35° del Código chileno de Ética Publicitaria, inspirado en la autorregulación de otros mercados, establece que estos deben cumplir las mismas normas éticas que el resto de la industria y actuar de forma responsable en este tipo de comunicación comercial, manteniendo la confianza del consumidor y respetando principios de honestidad, integridad y transparencia y el respeto a la competencia.
La invitación entonces es a que los influenciadores conozcan las buenas prácticas para resguardar su reputación como expertos y no perder credibilidad al cometer errores que los consumidores no dejarán pasar.
Por otro lado, las marcas que trabajen con ellos deben asegurarse de aplicar los principios y fomentar un buen uso de su popularidad e influencia.
Maribel Vidal,
Directora Ejecutiva de CONAR