Se entiende por Súper Inteligencia Artificial aquélla que es más capaz que cualquier ser humano en todas las funciones cognitivas. Quiero resaltar lo de funciones cognitivas. Y quiero resaltarlo porque define muy bien las fronteras de la IA. Es “inteligencia” artificial, no “humanidad” artificial. No siente. No ama. No odia. No se emociona. No tiene compasión. Esas dimensiones del ser humano – emocional y espiritual - es el último reducto del homo sapiens, aunque habría que hablar más bien del homo spiritualis, porque en lo que es estrictamente “sapiens”, la IA lo superará.
Una Súper Inteligencia Artificial probablemente podría crear una pieza musical que “suene” a Beethoven. Podría imitar sus estructuras armónicas, sus giros melódicos y hasta su lenguaje compositivo. Pero lo que no puede hacer es ser Beethoven. Porque sus sinfonías, su música entera, no fueron solo producto del estudio, sino de una experiencia de vida profunda y turbulenta que dejó huellas imborrables en cada compás.
Ludwig era hijo de una madre enferma y un padre alcohólico que lo sacaba de la cama en mitad de la noche cuando tenía seis años para tocar piano frente a sus conocidos. Su infancia estuvo marcada por la exigencia, el aislamiento, el sacrificio. A los siete años ya daba conciertos, mientras el desarrollo afectivo quedaba relegado a un rincón oscuro de su alma. Su forma de relacionarse con el mundo quedó mediatizada por el piano, por las partituras, por el deber. No vivía la música: sobrevivía a través de ella.
Esos eventos no son simples datos biográficos. Son vivencias encarnadas, que moldean el alma creadora. Una Súper Inteligencia Artificial, por más sofisticada que sea, no ha sido humillada ni exaltada. No ha amado ni ha perdido. No se ha sentido vencida ni redimida. Puede acceder a todos los datos que narran la vida de Beethoven, pero no puede sentir lo que él sintió. Y ese sentimiento —no los algoritmos— fue parte esencial de su creación.
Incluso si una IA pudiera simular emociones, o inducir respuestas afectivas en quienes la escuchan, ¿es eso equivalente a tener experiencia? ¿Y si la creación artística necesita, como propusiera Schiller, una ética del sentimiento, una “alegría” encarnada?
La Novena Sinfonía no es solo una obra musical. Es un manifiesto espiritual, una declaración política, un llamado universal. ¿Puede una IA componer una sinfonía que no solo imite, sino que proponga un nuevo lenguaje para lo humano? Tal vez en ese escenario, no solo necesite datos, sino también una filosofía. Quizá una civilización del amor que le otorgue propósito. Quizá un marco de justicia cognitiva que le otorgue dignidad.
Porque en el fondo, la pregunta no es si puede componerla, sino si debería hacerlo.
Extracto de mi próximo libro (Presente Acelerado: la Sociedad de la Inteligencia Artificial y el rediseño urgente de lo humano), en proceso de publicación.
Alfredo Barriga
Profesor UDP