La Biblia y la historia nos muestran la relevancia del papel que cumplen los gobernantes en las vidas y en el desarrollo de los pueblos. Su liderazgo impacta directamente en áreas fundamentales como la paz, la seguridad, la salud, el bienestar económico, la educación, la justicia y la promoción de valores como la honestidad y la integridad.
Por eso es fundamental tener la certeza de que quienes lleguen al poder (independiente de su procedencia familiar o socioeconómica), puedan demostrar resultados sobresalientes en todas las áreas de sus vidas: en lo académico, en lo profesional y, por sobre todo, en lo personal. Es imprescindible que exhiban una trayectoria marcada por la integridad, que hayan construido carreras exitosas y cultivado valores profundos, que reflejen quiénes son en realidad. Porque, ¿cómo podrían conducir con sabiduría los destinos de un país, quienes no han dado fruto en sus propias vidas? ¿Con qué autoridad moral podrían aspirar a liderarnos, si no han sido capaces de gobernar primero su hogar y su vida personal?
Por eso, Jesús nos recuerda en el Evangelio de Mateo que "todo buen árbol da buenos frutos, mientras que el árbol malo da frutos malos”. Esta enseñanza es especialmente relevante al momento de elegir a quienes nos gobernarán, ya que, si queremos votar con responsabilidad, no debemos dejarnos cautivar por promesas de campaña; sino examinar con atención la vida y el testimonio de los candidatos y ver si exhiben frutos que respalden los niveles de idoneidad moral y técnica que exige un cargo de tanta responsabilidad. Solo así sabremos si son dignos de la confianza y el honor de dirigir nuestra nación.
Los líderes y gobernantes están llamados a dar frutos visibles de integridad, ya que cuando esto no ocurre, su liderazgo se convierte en fuente de dolor, injusticia y corrupción. Este principio es reafirmado en Proverbios 29:2 al decir que: “cuando los justos gobiernan, el pueblo se alegra; pero cuando gobierna el impío, el pueblo gime.”
El bienestar de una nación está profundamente ligado al carácter moral, integridad y competencias de quienes la dirigen, ya que ninguna política pública compensa un corazón corrupto ni la ausencia de capacidades para gobernar. Un líder sin integridad no solo deshonra su cargo, sino que expone a las personas a injusticias y decadencia moral. Sin integridad, la autoridad degenera en abuso; con integridad se transforma en servicio.
Pero, además de la importancia de contar con líderes íntegros, la verdadera esperanza de una nación debe descansar en Dios, así lo declara Proverbios 3:5-6, cuando dice que confiemos en el Señor con todo nuestro corazón y no dependamos de nuestro propio entendimiento, sino que le reconozcamos en todos nuestros caminos y que Él enderezará nuestras veredas, y en 2ª Crónicas 7:14, declara: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.”
Por eso, para construir una nación más justa y próspera, se necesitan líderes íntegros, cuyas vidas reflejen con coherencia sus valores, y que además inspiren a las personas a volver su corazón a Dios, a buscarle sinceramente y a pedirle dirección en cada área de sus vidas.
Juan David Quijano