Los líderes y gobernantes están llamados a dar frutos visibles de integridad, ya que cuando esto no ocurre, su liderazgo se convierte en fuente de dolor, injusticia y corrupción. Este principio es reafirmado en Proverbios 29:2 al decir que: “cuando los justos gobiernan, el pueblo se alegra; pero cuando gobierna el impío, el pueblo gime.”