El mundo está entrando a una fase de verdadero desplome de la era de puertas abiertas para el libre comercio internacional. También en la década de 1930, y como producto de la enorme crisis financiera mundial desatada a partir de 1929, los EE.UU adoptaron la política del “New Deal” que sucedía a una etapa de libre comercio mundial. El New Deal consistía en recuperar la alicaída industria del país, así como también el agro, golpeados ambos por la aguda recesión financiera. Se focalizó en estimular la producción, fomentar el empleo y la seguridad social, y también proveer con normas que pusieran orden en el desempeño del sector financiero y bancario. El sector industrial estaba de algún modo protegido por la baja competitividad que ofrecía el resto de los países, pero muchas medidas se inspiraron en el ideal proteccionista. Fue un proceso en la línea de “Hacer América Nuevamente Grande” que, en la antesala de una nueva guerra mundial, se produjo ante la recesión impulsada por el impacto de la grave crisis financiera.
Chile siguió un poco en esta línea, proveyendo significativa protección arancelarias y fuerte iniciativa del Estado para poder estimular el desarrollo industrial. Se hizo con una combinación de altos aranceles y políticas de fomento de la industria nacional, lo cual se basó en dos principios: el desarrollo de la gran industria nacional promovería por si sola el empleo e ingresos que arrastraría al resto de la economía. Segundo, que la protección a la industria, por medio de altos aranceles, sería transitoria en tanto más tarde se haría necesario quitar la protección a la “industria naciente” que así se había protegido. Como sabemos, esto segundo no se dio, y los efectos multiplicadores de la actividad de las empresas estatales no tuvieron lugar en la medida que se esperaba. Por el contrario, la alta protección solamente estimuló la mantención de un fuerte aparato burocrático y poco de sus beneficios llegaron al ciudadano medio
En los días presentes se lleva a cabo un intento de florecimiento de la industria americana, alicaída por años frente a su ingente competencia asiática. Se ha llegado a una guerra arancelaria que tiene por objetivo todo aquello que compita con la industria doméstica. Es una nueva versión del proteccionismo de décadas pasadas, que obedece además al diagnóstico de que los trade partners de los EEUU no han sido transparentes y utilizan sus propias cuotas arancelarias para estimular una competencia desleal con la industria americana. Por eso, se dice que EEUU ha estado enfrentando un significativo y creciente déficit comercial que ha llevado a una significativa deuda por la vía de emisión de bonos. Por eso también, la industria americana produce en otros países en mejores condiciones financieras, lo cual se lleva empleo estadounidense a otros países. El propósito de la administración Trump es devolver la competitividad a la industria americana, deshaciendo la arremetida de sus competidores, especialmente China, en materia productiva y atracción de inversión. Por eso Trump ha disparado medidas proteccionistas constituyendo una verdadera guerra arancelaria, que tendrá efectos muy detrimentales al menos, según lo ha manifestado, que los países negocien las condiciones futuras.
El problema, al final del día, es productividad, que EEUU no podrá recuperar con la rapidez que ambicionan sus medidas proteccionistas. Y con ello se creará una generalizada restricción comercial en un mundo amenazado por altos aranceles. Sin embargo, los países podrán seguir comerciando directamente sin los EEUU, lo cual se convertirá en una amenaza para éste de quedar fuera del juego económico. Es el típico resultado del niño que, molesto, “se lleva la pelota para la casa”, pero al final se queda también sin poder jugar.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central