Al hablar de arquitectura, fuera de su ámbito disciplina, se usa comúnmente para referirse a diseños y estructuras, en este sentido, cuando nos referimos a “una arquitectura democrática”, solemos asociarlo al diseño que tiene una sociedad para promover, la igualdad, la accesibilidad y la participación ciudadana, en un marco legal y ético conocido y compartido por todos.
Es así, como la sana convivencia social y política constituye el cimiento sobre el que se construye una sociedad próspera y justa. Sin embargo, es al mismo tiempo un delicado equilibrio que requiere la participación activa y responsable de todos sus miembros, así como el respeto irrestricto por las leyes e instituciones que la sostienen.
En una época la marcada polarización, fragmentación y motivaciones por agendas particulares (cualesquiera sean los extremos de que trate), ponen en peligro esta anhelada convivencia pacífica en el mundo entero y Chile, naturalmente no es la excepción. La guerra arancelaria entre Estados Unidos y China, es tal vez el ejemplo más dramático de aquello y en el más pedestre de los casos, sea la falta de empatía de nuestros políticos de no propiciar grandes acuerdos nacionales que permitan resolver desafíos largamente pospuestos.
La sana convivencia social implica la capacidad de interactuar con otros de manera armoniosa y constructiva, reconociendo y valorando la diversidad de opiniones, creencias y experiencias. Requiere empatía, tolerancia y la voluntad de dialogar y encontrar puntos en común, incluso cuando existen diferencias significativas. Esta declaración de buenas intenciones en un año electoral será, seguramente, nuevamente omitida o desplazada en virtud de la diferenciación que requiere cada una de las decenas de candidaturas presidenciales.
Un sistema político saludable es aquel que junto con permitir la expresión de diferentes ideologías y la competencia por el poder a través de mecanismos transparentes y equitativos, se sostiene en el respeto por el Estado de Derecho, la separación de poderes y el pluralismo político cuestión que implica aceptar las reglas del juego democrático, reconocer la importancia de la participación ciudadana en la toma de decisiones y exigir la rendición de cuentas de los gobernantes. El populismo, la desinformación y la polarización extrema representan graves amenazas a esta convivencia, socavando la confianza en las instituciones y erosionando el tejido social. En un contexto globalizado y digitalizado, los desafíos a la sana convivencia se han multiplicado.
Las redes sociales, herramientas poderosas para la comunicación y la movilización, también se han convertido en eficientes canales de desinformación, odio y radicalización. Construir y mantener una sana convivencia social y política, requiere de la responsabilidad e inteligencia no sólo de los actores sociales y políticos, sino que principalmente de todos los ciudadanos.
La indiferencia y la pasividad frente a la desinformación, las mentiras y violencia verbal para promover el triunfo de un determinado partido o alianza, sólo generará un ambiente de mayor intolerancia y violencia. Nuestro país, es sólo un pequeño peón en el tablero mundial y su suerte estará frecuentemente determinada por el actuar de otros. Minimizar esta extrema vulnerabilidad, depende de nuestra capacidad para concordar una arquitectura de unidad, respeto y desarrollo.
Solo a través de la participación activa y responsable de cada individuo podremos construir una sociedad más justa, equitativa y pacífica para todos.
Américo Ibarra Lara
Director
Observatorio en Política Pública del Territorio
Facultad de Arquitectura y Ambiente Construido
Universidad de Santiago de Chile