Las sillitas musicales

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Luis Riveros

La ciudadanía se encuentra sorprendida por la reciente noticia respecto de la cantidad de personas que en el Registro Electoral se han declarado como precandidatos presidenciales. Se habla de un número cercano a las doscientas personas que se encuentran a la espera de las firmas que respalden sus aspiraciones. Estas son personas que no se vinculan a partido político alguno y aspiran a obtener un apoyo ciudadano fuera del esquema de partidos y coaliciones. Ciertamente no debe estar lejos de las personales pretensiones de muchos de ellos, la obtención posterior a las elecciones de un monto de dinero que se corresponda con la votación finalmente obtenida. Este es otro ángulo del fenómeno que se observa con respecto a la abultada nómina de postulantes.


Los partidos políticos han perdido representatividad no sólo en lo numérico, sino también en materia de principios y agenda doctrinaria. Son además muy mal calificados por la ciudadanía, como lo ponen de relieve las sucesivas encuestas de opinión que ubican a los partidos en los últimos lugares de las preferencias ciudadanas en el marco de instituciones existentes en la república. Por esa razón, debido a la baja representatividad y a la existencia de reglas que sin embargo les favorecen, hay parlamentarios representantes de estos partidos que han sido elegidos con porcentajes mínimos de votación. Pero más allá de eso, los partidos políticos no son actualmente una fuente de ideas y propuestas para el país, sino en niveles muy generales, manteniendo una limitada agenda programática y doctrinaria. Por eso se observan pactos y arreglos que han dominado incluso la elección de las mesas directivas del Senado y la Cámara de Diputados, usualmente fruto de transacciones que ocurren a espaldas de una ciudadanía que las observan con indisimulado escepticismo. Por cierto, candidatos que vienen de este mundo, el de los partidos políticos, no cuentan con el apoyo decidido de una ciudadanía que no observa propuestas definidas y realistas en cuanto a sus problemas más esenciales: salud, educación, previsión, seguridad. Discursos oportunistas y de doble lectura, no son el caldo de cultivo para un decidido apoyo ciudadano, sino que marcan un sustantivo alejamiento de lo que otrora fueran el centro neurálgico del hacer político. Hoy, son más bien grupos que negocian el poder y efectúan transacciones sobre aspectos vitales de la vida ciudadana. Por eso, sus candidaturas no son un tema atrayente para una ciudadanía que espera una honesta “mirada de país” sobre los múltiples problemas que le aquejan.


La dimensión financiera es otro ángulo que explica el interés por desarrollar una candidatura presidencial. En efecto, sabemos de personas que han sido candidatos y que han obtenido suculentas compensaciones monetarias ligadas a la norma que establece una devolución de recursos por voto obtenido. En realidad, se puede vivir holgadamente por cuatro años cuando se obtienen esos recursos. Curiosa institucionalidad, creada por aquellos mismos partidos que carecen de representatividad real y que, sin embargo, deciden acerca del uso de los recursos públicos. ¿Porqué no mejor compensar a los pacientes que esperan en largas colas para lograr una atención de salud y a las familias de quienes mueren en tal intento?; ¿porqué no compensar a los niños y jóvenes que reciben una mala educación pública que los inhabilitará por el resto de sus vidas?; ¿porqué no compensar a las víctimas de la delincuencia y carencia de políticas de control migratorio?


Al final, la existencia de tantas precandidaturas presidenciales es un síntoma de la enfermedad que aqueja a nuestra democracia. La ausencia de verdaderos catalizadores de las expectativas ciudadanas, y fuente de ideas y propuestas nuevas para el país, no están cumpliendo su trascendente función, como sí lo hicieron en el pasado. Los partidos políticos son esenciales para una democracia estable y sostenible cuando se afincan en principios que se puedan debatir. Sin ellos, los procesos eleccionarios, especialmente el presidencial, no será más que el conocido juego de las “sillitas musicales”.



Prof. Luis A. Riveros

Universidad Central

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