Priman tres aspectos esenciales en cuanto a la necesidad de una reforma política, para que ésta recuperar su efectivo rol como instrumento de expresión de las aspiraciones ciudadanas. Por eso hace bien que la discusión prevaleciente pueda tomar cuerpo, esperando que ella conduzca a decisiones más allá de los puros diagnósticos. Lo primero, sin duda, se refiere a arbitrar las medidas que conduzcan a la eliminación de la fragmentación que envuelve un multipartidismo que no favorece ninguna política de acuerdos y debilita la gobernabilidad. La proliferación de partidos, más que nada debido a aspiraciones individuales, no ayuda a consolidar la democracia, sino más bien tributa a un cierto desorden en la consideración de las materias públicas que es indispensable abordar. Los partidos políticos no deben ser instancias de expresión de personalismos, o de visiones sobre aspectos puntuales de la sociedad. Deben volver a constituir corrientes de pensamiento, posiciones sobre los temas preponderantes en la república, expresiones e ideas y propuestas sobre la nación, no solamente entes propiciadores de ciertos slogans. Y en la dinámica de creación de partidos en los últimos tiempos, hemos ido generando una situación completamente lo contrario: partidos instrumentales, expresiones de caudillismo personalista, proyectos acotados a ciertos resultados con visión más bien de corto plazo. Este escenario contradice el interés del país en cuanto a la necesidad de grandes acuerdos para impulsar en forma trasparente los cambios que necesita Chile. En el actual esquema los partidos pequeños contribuyen con sus votos a sustentar iniciativas no siempre convenientes para el país, y usualmente a cambio de prerrogativas para directivos y representantes.
Se ha dicho con insistencia: unos de los proyectos políticos de mayor trascendencia en la historia republicana ha sido la Concertación Partidos por la Democracia, la cual constituyó un sólido y exitoso acuerdo programático. Logro proyectar al país más allá de su tiempo, y superar con creces los momentos dolorosos que heredó de dos décadas anteriores. No cabe duda que es posible avanzar en una consolidación de partidos bajo la preeminencia de ideas fuerza, y que ello permita superar la actual inconveniente dispersión de partidos.
Junto con lo anterior, es fundamental para restaurar la credibilidad de la política y el buen desempeño de las autoridades electas, que se aplique esquemas de segunda vuelta en las elecciones de Alcalde. El Alcalde es la autoridad de la república que está más cerca de la gente y de sus problemas, y se convierte en quien debe atender y representar con credibilidad y convicción las demandas de la gente. Por ello debe ser una autoridad investida de un mandato significativo, transparente y sólido. Por eso, la elección por mayoría absoluta es el mínimo que se requiere para así fortalecer su desempeño. Esta no es una reforma compleja, pero sí una que dotaría de mucho mayor respaldo el desempeño de la autoridad primera en la línea de las aspiraciones ciudadanas.
Las reformas políticas deben estar inspiradas en un tercer fundamento, cual es el de recuperar el prestigio de la política y la credibilidad de su desempeño. Apena ver que los partidos políticos, así como en consecuencia los poderes del Estado, se encuentran en las más bajas valoraciones en las encuestas de opinión. Simplemente, el ejercicio de la política no tiene credibilidad y es más bien una fuente de gran desconfianza y poco valorada. Eso mismo aleja a las personas más competentes y necesarias de los cargos políticos y los de elección popular. El cambio en las normas que han permitido la enorme dispersión partidaria existente y aquellas que permiten la elección de autoridades relevantes por mayorías simples, son dos aspectos que deben modificarse. Con ello se podrá construir un futuro con una actividad política de mayor credibilidad y relevancia para superar el actual estado en que se desempeña la política chilena.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central