Nuestro país vive indisimuladamente una creciente y peligrosa tensión que se manifiesta en un amenazante escenario de antagonismos y disputas. Chile, en medio de gran desconcierto, vive tensionado por problemas no resueltos y que afectan la normal vida a que aspira la ciudadanía. Existe una incontenible ola de delincuencia que mantiene a las familias en sus casas amuralladas y mantiene amenazada la seguridad y hasta la vida de la población de todos los tramos de edad. Junto con ello, persiste un severo problema de inmigración ilegal, que afecta la vida diaria en muchos sectores y produce hasta discriminación contra los nacionales chilenos en la provisión de ciertos servicios. El narcotráfico campea en barrios y pueblos a lo largo del país y mantiene bajo amenaza a poblaciones enteras mientras su “producto” sigue enfermando a miles de jóvenes. Los servicios de salud son insuficientes, como lo son las pensiones y hasta la provisión de buena educación pública. El chileno vive ahogado en un mar de deudas y problemas financieros, últimamente enardecidos por las alzas de precios, especialmente de la electricidad y el transporte público. Frente a este panorama, hay una juventud cada día más escéptica, más alejada de la realidad desplegada por el sistema y cada vez más susceptible a mensajes populistas e interesados que pueden navegar en el verdadero mar de analfabetismo funcional que nos ha inundado como sociedad.
Frente a este oscuro panorama, los mensajes y propuestas que vienen desde el mundo político son absolutamente inconsecuentes cuando no totalmente ausentes y carentes de fundamentos. La coalición de gobierno navega sin un rumbo determinado sino sólo llevado por las circunstancias, sin una ambición concreta ni un programa que necesitaríamos alentar como país. La oposición no tiene programa alguno, excepto el desconfiar de las propuestas oficialistas y criticar su evidente carencia de oficio para gobernar apropiadamente. Todo se juega a veces en circunstancias y negociaciones políticas poco transparentes y alejadas del interés ciudadano. El estado y sus instrumentos se han alejado progresivamente de la gente y sus problemas. La ciudadanía está desconcertada en medio de esta situación en que sus problemas no se priorizan en los discursos políticos, para no hablar de programas y estrategias que en realidad están absolutamente ausentes. Y eso conduce a una significativa ausencia de diálogo, y a la idea más de imponer que de debatir para encontrar soluciones a menudo antojadizas. Y conduce también a un grave sentimiento de enfrentamiento, puesto que la situación genera la idea de que lo que falta a unos es porque ha sido arrebatado por otros. De allí las descalificaciones, los ataques y la violencia que propugnan no pocos. Caminamos casi a ciegas a un enfrentamiento que terminará muy mal: no emulará las más graves confrontaciones de nuestra historia, pero marcará una determinante circunstancia de violencia, en torno a la cual ya se han detectado grupos que preparan arsenales. El nivel de armamentismo que existe en Chile parece ser apremiante y puede ser desencadenante de la división que se profundiza, marcada por la ausencia de buena política, de diálogo y de efectivo debate.
Es posible retornar a un diálogo, pero el mismo requiere ideas y propuestas, no simples descalificaciones y slogans. El país debe pensar seriamente en recoger lo que corresponda de la mejor experiencia política chilena partir de 1990. Respecto a los años de la Concertación han cambiado los retos, han cambiado las condiciones, pero aún es posible recobrar lo más valioso en materia de gobernanza, de buenas políticas pública y, sobretodo, de un diálogo que vuelva a poner al interés ciudadano, por encima de banderías y divisiones, especialmente las asociadas a slogans simplistas e ideologizados. Esto necesita liderazgo y propuestas que no pueden ser antojadizas, sino sólidos instrumentos para reconstruir las bases en que debe descansar la democracia y el progreso.
No se trata de reeditar el pasado, pero sí de extraer lecciones de una buena experiencia vivida como país. Se trata de aislar a quienes nunca han amado a la democracia, propugnando el odio de clases y el abatir el amor por nuestra nacionalidad e historia. Se trata de obtener el reencuentro generoso, amplio, tolerante, visionario y reflejo profundo de amor por Chile, su pasado y su futuro convertido en propuesta de gobierno.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central