Una huella significativa

|

Luis Riveros

La partida de Sebastián Piñera marcará un antes y un después en el transcurrir político chileno. Por una parte, porque se ha estado reponiendo el necesario respeto por el adversario e imponiendo el sentido profundo de un necesario diálogo republicano. Un estilo que trató siempre de imponer, a pesar de que muchas veces sus actuaciones hicieron perder trascendencia a la capacidad de diálogo que adquirió tempranamente en su hogar y en su dilatada formación universitaria. Por otra parte, porque su partida ha dejado instalado la esencia de su liderazgo en la derecha, subrayando el espíritu liberal y de la mayor amplitud. Se dice que es el segundo más importante líder de la derecha chilena después de Jorge Alessandri y como él, Piñera siempre defendió la unidad de la Nación bajo un sentido de progreso. Dio cabida a la diversidad, abogó por defender a los más desprotegidos, fue un líder carismático que enfrentó graves desastres con liderazgo y efectiva conducción. Es de esperar que su legado deje una marca en torno a generar mayor capacidad de diálogo en el espacio político y acentuar el pragmatismo y la buena gestión en el desarrollo de la política pública.


Muchas cosas se pueden decir de Piñera y de su estilo de gobierno. Muchos lo han atacado porque no defendió con fuerza suficiente la institucionalidad en tiempos en que se amenazaba con derrocarlo. Lo hizo convencido de que un mayor diálogo era preferible a cualquier solución de fuerza, pese a lo cual ha sido igualmente aludido como responsable de delitos de lesa humanidad, más como discurso político que como efectiva razón en derecho. El discurso del presidente Boric ha puesto las cosas en su lugar: desde su posición marcadamente antagónica le ha reconocido como un líder democrático víctima de una oposición que alcanzó injustas proporciones. El aplauso de miles de chilenos modestos que se verificó en las calles a su paso, pero también en actos de saludo en las regiones del país, hablan de un líder cercano que, con todas sus luces y sombras, cuenta con el agradecido reconocimiento de la ciudadanía. Aún muchos niegan lo que todo el país presenció: un Presidente que se despide con el afecto de su pueblo y el reconocimiento por la tarea cumplida, puesto que no se vio a la calle dominada por los pudientes, sino de un pueblo que sentía de verdad la pena por la partida de un líder.


Puedo dar fe de su espíritu ampliamente tolerante. Por ejemplo, estaba convencido, como lo expresó muchas veces, que la Universidad de Chile era una pieza vital en la institucionalidad republicana, y que por ello era importante apoyar su pleno desarrollo. Apoyó con decisión que se levantara el monumento a don Pedro Aguirre Cerda frente La Moneda, porque reconocía en él un símbolo de la tolerancia, ingrediente básico del espíritu republicano y también a quien llevara a cabo iniciativas que propulsaron el desarrollo de Chile. Asimismo, el presidente Piñera ocupó un papel protagónico en la celebración de los 150 años de la Gran Logia de Chile, señalando en su discurso que la masonería es la portadora desde los tiempos de los patriotas del mensaje republicano de igualdad, libertad y fraternidad. Tres situaciones que ponen de relieve esa amplitud visionaria que muchos consideran no propias de la derecha en su versión más conservadora, pero si propia de una derecha que ha modernizado sus apreciaciones sobre la sociedad y sus desafíos.


Más allá de la natural emocionalidad que despierta la partida de un primer mandatario, sobre en todo en las condiciones trágicas y tan tempranamente como en el caso de Sebastián Piñera, el sentimiento popular le dio una despedida digna de un líder. Quedará ahora la tarea de aquilatar su legado y asumir el cambio que debe ocurrir en materia de la práctica política, que ahora exigirá mayor encuentro, mas discusión en profundidad de las iniciativas, mayor énfasis en la gestión y los resultados y muchos menos de descalificaciones y afirmaciones superficiales. La huella más significativa que esperamos heredar es que la violencia nunca reemplazará al poder de las ideas.



Prof. Luis A. Riveros,

Universidad Central

europapress